De pronto, Javier Gutiérrez (de nuevo)

De pronto, Javier Gutiérrez  (de nuevo)
26 julio 2010 página 48 Islantilla (Huelva), 25/07/2010.- El actor Javier Gutiérrez, uno de los protagonistas de la serie de TVE 'Águilar Roja', ha defendido hoy la importancia de los cortometrajes en el cine actual, al entender que s

Soy de cine de los domingos, bueno, la verdad es que soy de muchas cosas, de tantas que a veces me pierdo entre todas esas pequeñas cosas, como en la canción del gran Serrat, que me reconcilian con la vida. Como si esta, pobriña, precisase de acto ninguno de reconciliación. Pero tengo muy claro que sin el cine de los domingos mi vida sería otra historia.
Y este domingo último, sabiendo que había película nueva con Javier Gutiérrez dentro de ella, allá que me fui de cabeza. A ver, claro, “El autor”, que es el último film de este ferrolano, más ferrolano que la Puerta del Dique, aunque hubiese nacido en Luanco (Concellu de Gozón, que ya es llamarse) adonde acudí hace siglos atraído por llamadas amistosas hacia un congreso de escritores y acabé en una “espicha” no lejos del Cabo Peñas.
Con Javier coincidí, la primera vez, en el Café Comercial, de la Glorieta de Bilbao, donde nuestro actor me esperaba, no comiendo un huevo, patatas fritas y caramelos, sino leyendo a Montaigne, que ya son ganas con la solanera que caía aquel día en Madrid. Desde entonces hasta ahí cultivo la amistad de este ferrolano sabio y trabajador, ferrolano desde los tres meses de vida en que las circunstancias de la vida, esa que según Pablo Guerrero se bebe como un “campano”, tan de prisa, tan de prisa, lo trajeron a nuestra ciudad. En la que, aun viviendo en Madrid, conserva vivienda –en San Xoán de Filgueira– y un afán racinguista que lo trae, a nuestro estadio de A Malata, cuando puede y allí tuvimos un encuentro en un partido Racing-Lealtad, ¡vaiche boa, Vilaboa!, que Javier cubría para “El día después”.
Luego, más tarde, Javier me hizo el favor de acompañarme en la presentación de un libro mío, Nos dio por llorar mientras llovía, en la Librería Galiano y cuando agradecí, tan de corazón, su presencia él fue quien dio las gracias recordando como fue este menda su primer entrevistador, para Diario de Ferrol, precisamente.
Y es que yo, que venía de ver a Javier Gutiérrez en películas tan alimenticias como “El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo” o “Torrente III”, tenía el pálpito de que detrás de aquellas vaguedades había un actor potentísimo, con una mirada entre tierna y desamparada como solamente he visto, por citar actores españoles, en Alfredo Landa o Luis Tosar.
Ese juego de ojos que todo lo transmiten, también la perplejidad y la fatiga de ser hombre nerudiana que luego hizo canción Sergio Endrigo en “L’arca di Noe”. Algo de eso estaba yo ya viendo en Javier Gutiérrez. Quien empezó a hacerse actor en el Instituto “Concepción Arenal”, el mismo de donde salieron Fernando Vivanco o Joaquín Lens. Tan ferrolanos como Carlos Dapena o Amadeo Torrente.
Y seguramente me estoy quedando corto en una nómina donde hubo –hay– una actriz, Laura Landeira, voz de oro espeso y grave, que no llegó más allá porque no quiso. Javier Gutiérrez sí, sin duda, y por eso hoy es uno de los primeros actores españoles, y películas como “La isla mínima” no me dejan mentir, premio tras premio, San Sebastián, Málaga, Goya, etc., en el papel de policía canalla que termina redimiéndose en el dificilísimo ejercicio de la autorredención.
Pero yo antes había visto, año 2008, tal vez, a Javier protagonizando en “La Abadía”, ese teatro milagroso de Chamberí, una adaptación libérrima y dura de Carlo Goldoni, que se llamaba “Argelino, servidor de dos amos”.
Por entonces Javier Gutiérrez formaba parte de Animalario, y aquel ejercicio escénico era tan puro y libre, y arriesgado, como un vuelo sin red, o una caída libre sin más paracaídas que una sombrilla al sol de media noche.
Javier Gutiérrez, ya imparable, ha seguido frecuentando escenarios y rodando películas, en papeles pequeños (aunque grandes) como el que hacía en “Truman”, película muy de mi parcialidad. Bien que como protagonista; la ya citada “La isla mínima” o “El olivo”, su luz sea mucho más intensa. Como lo es, brillo absoluto, en “El autor”, tan reciente que ha sido mi merienda este domingo pasado, en el Zoco de Majadahonda, cines salvados a la presión especuladora gracias a la cooperativa creada “ad hoc”, en la que me honro de formar parte.
 Pues bien, “El autor”, entre el “thriller” y la comedia de costumbres con su aquel de humor al modo de Diógenes, el filósofo cínico, es un peliculón, de Martín Cuenca. Con Antonio de la Torre, como ventajista y cabroncete profesor de un taller literario, y María León, exitosa escritora de un “best-seller” de cualquier subgénero literario de esos que nos abruman. Ah, pero el marido de María, sorprendida en un renuncio por el perro “Bruno”, es un modesto pasante de notaría, aspirante él mismo a escritor.
Y ahí entra en acción Javier Gutiérrez, como siempre, mejor que siempre, inmerso ya en esa madurez actoral, que hace plata vieja cuanto toca. Que transforma todos los palos o polos en uno solo: tan convincente, tan emocionante, que su soledad, su frustración, su amargura son la trilogía que centran su viaje de aspirante a escritor que escribe en pelotas, al modo de Hemingway, después de haber puestos, literal, y bien puestos, los cojones sobre la mesa, cabe el ventilador; estamos en Sevilla. Javier Gutiérrez, tan ferrolano como el Teatro Jofre, está en su momento más dulce. Que siga en él. Y nosotros lo veamos.

De pronto, Javier Gutiérrez (de nuevo)

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