El neozelandés Alex Hunt, que en junio se proclamaba ganador del Mundial de tenis para-standing —modalidad para atletas con diversidad funcional que pueden jugar sin silla de ruedas—, recibía una invitación al torneo del Casino Ferrolano Tenis Club, que celebraba su final el sábado pasado. Su andadura allí fue breve: el azar lo emparejó en su primer partido con Julio César Porras, que tan solo unos días después se llevaba la copa Calleja a casa.
Con todo, Hunt prolongaba algo su estancia para disfrutar de unos días en Ferrolterra, visitando alguna playa, paseando por la naturaleza y, cómo no, jugando al tenis. “Me he sentido tan bienvenido, me encantaría volver, pero me queda un poco lejos”, bromeaba, “los torneos en España son así, acogedores y profesionales, no se podría estar mejor”.
Este verano el tenista ya ha pasado por Barcelona, donde disputaba el I Para-standing Open de Cataluña; algo más tarde dejaba huella en Turín al ganar el campeonato mundial, la primera edición de esta competición para-standing que contaba con el respaldo de la ITF.
Hunt se encuentra inmerso en la profesionalización total de esta modalidad del tenis, colaborando con deportistas y entidades por igual para elevarlo a deporte paralímpico. Esa labor es una de las tres puntas de lo que llama “su triángulo del tenis”, las otras dos siendo su faceta como tenista profesional y entrenador. “Ahora mismo estoy ahí en medio, coordinándolo todo. Lo importante es hacer tenis”, explica.
Antes de la pandemia, ejerció durante una temporada como embajador de marca para Wilson, y con 23 años obtenía un punto ATP en el Future de Guam F1, su principal incursión en el circuito del tenis mundial. Por aquel entonces competía con una prótesis para el brazo; no fue hasta hace relativamente poco que se lanzó a jugar sin ella, y todo por un imprevisto.
“Estando en Tailandia hace unos años me caí encima del brazo, y la prótesis se rompió”, relata Hunt, “esos días seguí entrenando y me di cuenta de que en realidad me había sacado un peso de encima, sentí como que podía soltar la raqueta con más libertad”. Es algo que nota, por ejemplo, al ejecutar el revés a una sola mano, movimiento que ahora realiza con más naturalidad y eficiencia al acercar la raqueta hasta el muñón.
El tema del saque era la gran incógnita, al menos inicialmente: empezó a practicar con un accesorio que le permitía apoyar la bola en la parte interior del codo de forma estable; eventualmente, dejó de ser necesario y el gesto de lanzar la bola al aire devino de lo más intuitivo y, como contaba él mismo, un tanto obvio, “yo y mis entrenadores estábamos a lo, ‘¿cómo no lo pensamos antes?’ ”.
Ocasionalmente, todavía recurre al brazo postizo, “hago calentamientos con la prótesis puesta y luego al empezar el partido la echo a un lado. El de enfrente flipa”, dice con una sonrisa divertida. Lo orgánico de ese proceso se trasladó del tenis a la vida cotidiana. “Voy tal cual por la calle, para salir de fiesta... aunque he tardado un poco en hacerlo”, admite. Con dos o tres años, el neozelandés ya empezaba a llevar con frecuencia un antebrazo prostético, “tenía incluso una pequeña pinza”, a modo de mano, recuerda con ternura.
Involucrarse con los más jóvenes es una de las piedras angulares de su faceta más pública, una que le motiva casi como ninguna otra. Al hablar de ello, comparte un momento reciente, “en Italia había dos niños con el brazo justo como el mío, y mis padres estaban entre el público viéndonos también, fue muy emotivo para mí. Quiero que niños que son como yo me vean, que sus padres me vean a mí y sepan que todo irá bien”.
Los dos actuales campeones del mundo son tenistas sin brazo por debajo del codo, ya que el para-standing se caracteriza por ser una modalidad de tenis “ambulante”.
Llega a englobar una gran variedad de diversidades funcionales físicas y mentales, por ello se han establecido distintas categorías que agrupan a jugadores en función de su movilidad, estatura o de si son usuarios de una o más prótesis, entre otros factores.