Alfredo González Ruibal: “Me chocó descubrir que en la violencia contra los niños y las mujeres hay históricamente un patrón”

Arqueólogo en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del Csic, fue reconocido con el Premio Nacional de Ensayo por un trabajo sobre la violencia desde el paleolítico hasta la actualidad
Alfredo González Ruibal: “Me chocó descubrir que en la violencia contra los niños y las mujeres hay  históricamente un patrón”
Alfredo González Ruibal | Álvaro Minguito Palomares

Alfredo González Ruibal –Madrid, 1976– fue distinguido a finales de 2024 con el Premio Nacional de Ensayo que concede el Ministerio de Cultura por un trabajo extraordinario sobre la violencia desde el Paleolítico a la actualidad. “Tierra arrasada” (editorial Crítica) es el título de una obra que pone al día el conocimiento que se ha ido generando a lo largo de las últimas décadas y que, en no pocos casos, matiza o desmonta lo que se daba por sentado. Y lo seguirá haciendo, avanza este arqueólogo con una fuerte conexión con Galicia que trabaja en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del Centro Superior de Investigaciones Científicas. “Siempre digo que tengo el mejor trabajo del mundo y que si volviera a empezar, volvería a ser arqueólogo”, confirma. 

 

En la presentación del libro dice que no le gusta viajar ni tampoco la guerra. Parecen dos condicionantes insalvables para un trabajo que analiza la violencia desde el Paleolítico hasta la actualidad...
Creo que muchas veces uno acaba dedicándose a la investigación de aquellas cosas que le producen incomprensión o rechazo. Puede ser un médico que estudia el cáncer o un arqueólogo que estudia la violencia, pero creo, en el fondo, esas cosas que nos resultan desagradables, incomprensibles o inexplicables no dejan de ser una fuente de inspiración.

 

En este viaje de miles de años, con su experiencia en campañas arqueológicas de todo tipo y en cuatro continentes, ¿hay algún episodio en concreto en el que se haya visto sorprendido por el descubrimiento de datos especialmente interesantes desde algún punto de vista, como una violencia brutal o una tragedia impensable?
En realidad descubrí muchas cosas haciendo el libro porque me tuve que meter en temas que no eran de mi especialización, sobre todo la cuestión de la América precolombina, que para mí era un mundo bastante desconocido. Fue una sorpresa descubrir cosas terribles, pero también muy interesantes. Lo que más me chocó, quizá, los descubrimientos que más me chocaron fue la violencia contra las mujeres y los niños. No tanto el hecho de que haya existido a lo largo de la Historia, que evidentemente ya lo sabía, sino que hubiese un patrón en esa violencia, un patrón que es intercultural, que vemos cómo a las mujeres las están matando de la misma manera en contextos históricos completamente distintos y en contextos culturales que no tienen nada que ver. Y lo mismo sucede con los niños. Creo que ahí, en el caso de las mujeres, hay algo que tiene que ver evidentemente con el hecho de que estamos hablando de sociedades patriarcales, con una visión muy especial de las mujeres como seres inferiores a los cuales se les puede ejecutar o se puede ejercer contra ellas una violencia humillante e indigna. Mientras que en el caso de los niños, me parece que es una cosa más universal de los seres humanos; el horror que nos produce la muerte de los niños, masacrarlos, incluso cuando se hace, se hace de una forma especial: sin mirarles a la cara, por detrás...

 

Partiendo de la base de que la sociedad, en términos absolutos, progresa, ¿cree que hay cuestiones en las que la civilización no acaba de evolucionar o de zanjar?
Bueno, en realidad yo no creo que haya una línea en sentido progresivo ni al contrario, no vamos ni a mejor ni a peor. Lo que hay son ciclos, en el caso de la violencia, de violencia excesiva, a los cuales siguen después ciclos de violencia bajo control. Por ejemplo, en el caso más reciente, después de la Segunda Guerra Mundial, hemos entrado en un ciclo de violencia controlada, donde los genocidios son mucho más puntuales, los crímenes de guerra son más puntuales y, de hecho, una de las cuestiones más problemáticas a las que nos enfrentamos en la actualidad es al posible fin de ese ciclo de violencia controlada que vivimos desde el año 1945. Es decir, podemos volver otra vez a los horrores que creíamos que ya habíamos superado de la Segunda Guerra Mundial. Y esto lleva pasando desde el Neolítico; entonces tenemos unos momentos de explosión de brutalidad tremenda a finales del sexto milenio antes de Cristo, pero después tenemos periodos en los cuales la violencia es mucho más limitada y de mucha más baja intensidad. Lo que tenemos que hacer es fijarnos precisamente en esos ciclos y entender por qué se producen, tanto el control como el descontrol de la violencia, el exceso.

 

Por lo tanto, como seres humanos, ¿tenemos una capacidad limitada de aprender?
Yo creo que aprendemos. Es evidente que aprendemos porque no siempre la guerra y la violencia tienen el mismo aspecto o las mismas dimensiones. Yo creo que el problema no es tanto el aprender, sino mantener la memoria de lo aprendido. Esa es para mí la clave. Ahora todavía tenemos la memoria de la Segunda Guerra Mundial, de las atrocidades del siglo XX, y por eso todavía estamos controlando esa violencia, pero es posible que esto acabe desapareciendo, que esa memoria colectiva se acabe desvaneciendo, y por eso creo que la historia y la arqueología tienen un papel muy importante que desempeñar aquí: mantener esa memoria viva.

Imagen editada
 

Se refería antes al patriarcado en el contexto del Neolítico. Hay en el libro una frase especialmente llamativa, que dice que el Neolítico ya no es lo que era, ya no es como nos lo contaron. En términos de violencia y patriarcado, ¿fue una involución con respecto a sociedades anteriores?
Depende mucho de las sociedades neolíticas, pero es verdad que se puede detectar muy bien arqueológicamente: en general, las mujeres lo pasan peor en sociedades neolítica porque están sometidas a trabajos más repetitivos, a trabajos más duros, como puede ser la molienda. También es más frecuente que sean víctimas de violencia en el Neolítico que en momentos anteriores, y eso que sucede con las mujeres en realidad sucede también con los hombres: el trabajo del agricultor es más duro que el trabajo del recolector. Esto es algo que nos cuesta entender con nuestra mentalidad porque va en contra de todo lo que nos han enseñado, pero es así. De hecho, por lo general las sociedades se resisten mucho a neolitizarse, a volverse sedentarias y agricultoras, porque normalmente es más lo que tienes que perder que lo que tienes que ganar, y solo lo haces normalmente cuando no queda más remedio.

 

¿Llegó el momento de cambiar algunos conceptos y parámetros que aparecen en los libros de texto teniendo en cuenta el gran avance del conocimiento arqueológico en las últimas décadas?
Sí, probablemente sí. Es verdad que el tema de la arqueología es complicado frente a otras humanidades y ciencias sociales porque dependemos mucho de los hallazgos y estos pueden cambiar mucho la narrativa. En el libro, por ejemplo, comento el caso de las batallas, que hasta hace poco se consideraba que en la Prehistoria no había grandes batallas campales, sino razias, emboscadas, duelos... Pero, de repente, hace quince año descubrimos un campo de batalla que podría ser de la época napoleónica o romana, solo que tiene 3.500 años. En los últimos veinte años realmente se han acumulado muchos hallazgos arqueológicos revolucionarios que cambian por completo la narrativa. Este caso es uno, pero hay muchos más y, efectivamente, sería bueno adaptar los libros de texto a esos nuevos hallazgos. En algunos casos ya se está haciendo, pero sería bueno hacerlo de forma más sistemática.

 

La genética también está permitiendo descubrir mucho más sobre el pasado, las migraciones, las interacciones, etc que anteriormente eran más difíciles de percibir o partían de un conocimiento más limitado. ¿Hasta dónde puede llegar la genética en ese conocimiento del pasado y a dónde no va a poder llegar nunca para explicar etapas del pasado?
La genética lo que va a necesitar siempre es una interpretación sociológica, para la cual los análisis biomoleculares en sí mismos no tienen la solución. Un ejemplo muy claro es que cuando se habló de la expansión de los yamnaya, la sustitución del “blup” genético en Europa occidental lo primero que se dijo es que había sido un genocidio, una masacre, violaciones, etc. En realidad, si uno conoce un poco cómo funciona la expansión de las sociedades en el pasado por emigración y los sistemas de matrimonio no necesitas ninguna masacre ni ningún genocidio, simplemente necesitas unos sistemas matrimoniales donde los individuos que pueden dar dotes más amplias o más ricas tengan más acceso a las mujeres, y esto seguramente fue lo que pasó en Europa en el Calcolítico. Entonces seguimos dependiendo mucho de las interpretaciones antropológicas e históricas para darle sentido a la información de la genética sin equivocarnos.

 

Si tuviera que apostar por un periodo histórico sobre el que la arqueología podría dar más información sorprendente, ¿por cuál se decantaría?
Creo que va a seguir siendo la arqueología paleolítica: es el periodo del que sabemos menos también y donde las ciencias naturales aplicadas a la arqueología es donde pueden ofrecer información más revolucionaria. Los cambios se están dando a la velocidad de la luz, realmente no se pueden hacer libros que los sinteticen porque cambia de un año para otro y pienso que esto va a seguir siendo así por lo menos en la próxima década.

Alfredo González Ruibal: “Me chocó descubrir que en la violencia contra los niños y las mujeres hay históricamente un patrón”

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