Amancio Prada: “Todos somos instrumentos de algo que resuena”

El cantautor celebra medio siglo en el mundo de la música
Amancio Prada: “Todos somos instrumentos de algo que resuena”
Amancio Prada, en una foto de archivo I Cedida

Hace apenas unos meses escuchábamos a Amancio Prada en el Teatro Jofre de Ferrol con el concierto “Libremente” con el que la Sociedad Filarmónica Ferrolana (SFF) cerraba exitosamente su temporada celebrando los 50 años de puesta en escena del músico desde la edición de su primer disco, “Vida e morte” y presentando por tal motivo el último, “Prada Prada”. Nuevamente tenemos la oportunidad de escucharle en Galicia, concretamente en A Coruña el próximo domingo, 27 de octubre, en el Teatro Colón y el 17 de noviembre en el Teatro Afundación de Vigo.

 

¿Por qué este estrecho vínculo con Galicia?
Yo nací en el Bierzo, que es el pórtico natural de Galicia, cerca del río Sil, entre León y Ourense, por donde pasa el Camino Francés, un itinerario que le confiere un espíritu hospitalario. Allí, en el campo de labranza se hablaba lo mismo en gallego y castellano. Compartimos así “a fala” y también el sentir y el pensamiento.

 

Su infancia transcurre, por tanto, en un ambiente rural.
Mis padres, abuelos y creo que todos mis antepasados se dedicaron a la labranza. Los niños ayudábamos a realizar diversas labores del campo y en todos los momentos el canto estaba presente. Nació conmigo porque mi madre me cantaba y cantaba muy bien, tenía un oído finísimo. Cantábamos en la familia y lo seguimos haciendo, las mismas canciones de entonces... Y alguna más. Yo era uno de tantos de los que “llevábamos tierra en los zapatos” y eso, a la hora de escribir, de pensar, se nota. Es una presencia, un arraigo que permanece, que hace que la canción nazca desde dentro, buscando lo que está en lo profundo y luchando por salir; por eso tiene tanta fuerza. Actualmente, después de haber transitado por muchas ciudades, he vuelto a la tierra, que es como volver al cielo.

 


Mi madre me cantaba y cantaba muy bien; tenía un oído finísimo. Cantábamos en la familia y lo seguimos haciendo

 

Es allí también donde comienza sus estudios.
Iba a la escuela de Don Paco, el maestro. A los diez años me mandaron a estudiar con los frailes salesianos en Cambados. Allí combinábamos el estudio, los juegos, la oración y la música. Pero a los 14 años perdí la vocación y regresé al Bierzo, terminando el Bachillerato en Ponferrada. Seguía ayudando porque en aquel entonces el trabajo en el campo tenía una “dimensión coral”, todos colaborábamos en lo que podíamos. Mi padre estaba suscrito a una revista que se llamaba El cultivador moderno y leí que en Valladolid se acababa de crear una escuela de administración de empresas destinada a estudios empresariales dedicados a la agricultura. No sabía mucho “por donde tirar”. Me gustaba el canto, pero no me atrevía ni a soñar en convertir esa vocación en profesión. Me fui a estudiar ciencias empresariales aplicadas a la agricultura. Yo quería ser como mi padre. También compuse algunas canciones. Hicimos unas prácticas con un grupo agrícola de explotación en el norte de Francia. Era el verano del 68, con lo que esto implicaba: aquello que nos había ilusionado a tantos. Cuando volví a España mi idea era regresar a París con cualquier excusa para vivir y estudiar allí. Seguí con el tema rural, pero desde el punto de vista de la sociología. Me matriculé en la Sorbona y allí fue donde “me perdí”, afortunadamente. Me perdí en la música encontrando apoyos, resonancias, estímulos…

 

¿Cómo recuerda esos inicios musicales? 
El primer premio que gané fue cantando a Rosalía en 1969. Tenía tres o cuatro canciones sobre ella y elegí “Pra Habana!”. No sé por qué, ya que es la menos indicada para un festival. Gané la Galleta de Oro Festival de la Juventud, que conservo y valoro como el premio más importante de mi vida. Además, venía acompañado de 10.000 pesetas, lo que costaba una guitarra, mi primera guitarra. Con ella y cuatro libros regresé a Francia, iniciándose una nueva etapa que duró cinco años. Grabé mi primer disco, “Vida e morte”. Cuando se editó en España, la censura prohibió una canción “Monorrimo.” Nunca me he obcecado en la “canción protesta”. La protesta le corresponde al artista como a cada cual en su vida ante un mundo en el que parece que prima la indiferencia. Cada uno puede ser un artista haciendo lo que haga bien, aportando todo el esmero posible; porque hay mucha belleza, incluso en una hogaza de pan. Aquellas eran unas circunstancias anómalas (siempre lo son). Reconozco la influencia que han tenido sobre mí el canto de grandes trovadores, estrellas de un firmamento inalcanzable cuya contemplación proporciona un gran goce.

 

Nacen los monográficos y, con ellos, la revitalización de muchos y significativos poetas.
Siempre me ha gustado ese formato. Conozco a los poetas a través de sus poemas y escojo los que dicen lo que siento. Yo soy lo que canto. Elijo el poema que pone el dedo en la llaga, da igual del siglo que sea; el que para mí tiene sentido, el que me asombra. Los poetas son instrumentos. Todos somos instrumentos de algo que resuena y se comparte con el otro en una palabra con la que comulgamos o con unos ideales por los que luchamos.

 

¿Cómo definiría en breves palabras a los poetas a los que ha cantado? 
Los antiguos trovadores son el milagro de la permanencia; San Juan de la Cruz, el más poeta de los santos y el más santo de los poetas; Santa Teresa de Jesús, puro torrente de agua viva; Rosalía la siento como mi alma, Rosalía “c´est moi”; Bécquer, un acordeón tocado por un ángel; Lorca, todos los poetas están en él y él está en todos los poetas; Juan Ramón Jiménez, el permanente descubrimiento; Álvaro Cunqueiro es la resurrección alada y fascinante de la voz de los primeros trovadores; García Calvo, la emoción y el pensamiento; Juan Carlos Mestre, la imaginación desbordante; y Leo Ferrer, la estrella más rebelde del firmamento…

 

Nunca me he obcecado en la canción protesta. La protesta le corresponde al artista como a cada cual en su vida

 

Y con cada poema, cada canción. ¿Cómo las construye?
La melodía es un don, algo que no se puede estudiar. La canción es una letra con sus melodías –su melodía, no cualquier melodía–. El método es ahondar en la palabra, identificar el significado y descubrir su “música callada”. Cuando siento la primera luz yo sé que la canción está hecha. Hay que hacerla, pero está hecha. La guitarra me ayuda a recorrer ese camino.

 

¿Cuáles son sus fuentes musicales?
Todos nos nutrimos de todos y de todo. Un artista debe de contemplar, leer, ir al teatro… Porque es así como se educa la sensibilidad. Siempre se puede reconocer algo en el otro. Musicalmente mi abanico es muy variado, pero lo que más escucho es música clásica.

 

¿Cuál de sus trabajos se mantiene más firmemente en su repertorio?
El “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz. Es la obra que más alegrías me ha dado. Desde que se estrenó en Segovia en 1977 parece no acabar nunca. Lo voy a cantar en el Festival de Otoño de Madrid y después en la Fundación María Zambrano, lo que me alegra muchísimo. Por cierto, la segunda vez que lo interpreté fue en el Teatro Colón de A Coruña dentro del ciclo “Noites na Cidade Vella”.

 

Ahora le escucharemos en el concierto “Libremente” con antiguas y nuevas canciones.
Los discos son fotos fijas de algo que está en continuo movimiento porque “nadie se baña dos veces en la misma canción”. Nunca hay dos conciertos iguales y es ahí en donde está la gracia y la incógnita. En relación con “Prada Prada”, decir que es la mejor manera que se me ocurrió para celebrar estos 50 años en escena. Me atreví a cantarme a mí mismo, algo que ya había hecho en “Emboscados”, un oratorio del que celebro la grabación porque sería muy difícil volvernos a reunir para cantar.


Después de esto, ¿volverá a estar pronto en Galicia?
Dejé sobre la mesa de la Sociedad Filarmónica Ferrolana una carta abierta para regresar con la Real Filharmonía de Galicia y los seis poemas gallegos de Lorca. Es un trabajo extraordinario en el que David Fiuza da unidad a mi idea para convertir los poemas en una suite. Un tesoro, un misterio y un regalo maravilloso que Lorca le ha hecho a Galicia. Me gustaría retomar al ciclo “Noites na Cidade Vella” en la iglesia de Santiago, que conserva la penumbra secular de los trovadores galaicoportugueses. Creo que esto merece un concierto monográfico en torno a las cantigas de amor y de amigo recogidas en el disco “Lelia Doura” y añadiendo muchas más.

 

Y, ya por último, ¿cómo se identifica entre sus compañeros trovadores?
Disfruto del trabajo de mis compañeros. Cada uno de nosotros da y ofrece sus propios frutos.

Amancio Prada, como los pájaros solitarios. Los que van a lo más alto, los que no tienen color, los que cantan suavemente para expresar lo bello de la vida, del pensamiento, de la existencia… en el viento que se escapa entre los dedos, como el Amor.

Amancio Prada: “Todos somos instrumentos de algo que resuena”

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