Corrían los años 80, Ferrol era una ciudad consumida por el paro y también por la droga. La heroína circulaba por las calles y mataba a nuestros jóvenes. Había que hacer algo sí o sí y muchos vecinos, algunos tocados de cerca por la lacra de la drogadicción, se convirtieron en los héroes de una lucha sin cuartel contra un mal que pegaba muy fuerte en Ferrol y su comarca donde cada vez se veían más jóvenes y sus familias destrozados por la heroína. Ellos fueron los primeros en percatarse de la dimensión del problema y los que antes tomaron cartas en el asunto dando los primeros pasos para constituir la Asociación Ferrolá de Drogodependencias (Asfedro).
No lo tuvieron nada fácil, ni ellos ni las personas a las que pretendían ayudar. Este año se cumplen 40 desde el inicio de una lucha que hoy se mantiene tan viva como antaño, con las drogas tan presentes, o incluso más que por aquel entonces, pero con una percepción muy diferente en la sociedad, que muchas veces mira para otro lado.
Hablamos sobre presente, pasado y futuro con algunos de los miembros de la entidad como Sari Alabau, Luis Rivera Caramés, Antonio Núñez y Gerardo Sabio, actual director. Sari Alabau, vieja conocida en la urbe naval por su espíritu luchador y combativo en beneficio de los demás, se significó con la causa de Asfedro ya desde sus comienzos.
Las personas que teníamos inquietudes políticas no podíamos más que estar al lado de la asociación, el problema era muy grave y era necesario implicarse”.
En su caso apoyó la causa convirtiéndose en una de las primeras socias de Asfedro, entidad que preside desde 2018. Aunque asegura que “ya el cansancio va haciendo mella” está inmersa ahora en los preparativos de los actos del 40 aniversario y en la búsqueda incansable de fondos para acometer las obras de mejora de las instalaciones de O Confurco, que cumplen ya 35 años y presentan numerosas carencias.
La Diputación sufragará parte de esa mejora, el 80%, con una subvención de 300.000 euros, pero todavía falta por conseguir los fondos que restan para cubrir el presupuesto total, labor en la que se empeñan los miembros de la directiva. Volviendo a aquellos inicios turbulentos y llenos de sinsabores, recuerdan perfectamente lo vivido Luis Rivera Caramés y Antonio Núñez, el primer gestor y director, respectivamente.
Antonio “Tito”, lamenta que cuarenta años después algunas reivindicaciones sigan hoy siendo las mismas de antaño, como la cuestión de la gestión del servicio de drogodependencias por parte del Sergas. También recuerda bien lo duros que fueron aquellos primeros pasos dados. “No nos querían de vecinos en ningún lado, nos trataban como apestados, el miedo y la ignorancia eran más fuertes que el sentido común”, explica. Él fue el primer director y también el primer profesional contratado para poder atender a esos jóvenes que caían enganchados a la heroína.
“Nos pusieron muchísimas trabas, nos rompían los cristales de los coches, nos tiraban piedras, nos amenzaban y hasta en el río terminamos en alguna ocasión”, rememora.
Luis Rivera también recuerda cómo algunas personas llegaban a su gestoría a recriminarle que tuviera algo que ver con Asfedro y “aquellos drogadictos y sidosos. La gente tenía mucho miedo y desconocimiento y no ayudaba nada que algunos médicos dijeran que el sida se contagiaba casi con mirar a la persona. El no saber provocó momentos de grandes tensiones”, recuerda Rivera Caramés.
En 1985 se constituye una comisión ciudadana con representantes de todos los estamentos de la sociedad local y se constituye Asfedro. La primera oficina la montaron en la urbanización Breogán, en la zona alta del puerto.
“Cuando los vecinos supieron que íbamos para allí enseguida nos dijeron que nada de atender a drogadictos en las instalaciones o tendríamos que irnos”, explica Tito Núñez.
Con la comunidad terapéutica lo tuvieron más complicado. La primera ayuda llegó de la iglesia, de la orden de los claretianos, dueños del convento de Baltar, en Narón, que cedieron para montar el centro de atención a drogodependientes. Este acabó incendiado, no sin antes recibir presiones de todo tipo, incluso del por aquel entonces alcalde de Narón, Xoán Gato, que también estaba en contra. “Para poner en marcha todo se me contrató a mí, al psicólogo, Álvaro Espilla, y a un administrativo, pero aquello no pudo ser, nos tocó probar en otra parte”, recuerda Tito Núñez.
Tras este intento llegaría otro, en Neda, tras la cesión de un empresario local del ámbito de las piscifactorías del Molino de Gradaílle.
“Las presiones fueron insostenibles de nuevo y estaba en riesgo nuestra propia integridad física”, rememora el primer director de Asfredo.
Finalmente pudieron empezar a atender a gente en la zona de las Angustias. “Ahí, al estar cerca la Polícía Nacional la gente lo llevó mejor, se sentían menos intimidados por lo que podría acontecer y ahí sí dimos los primeros pasos para la unidad terapéutica, con atención diurna, claro”.
Su llegada a la zona del Confurco, cinco años después, ya por fin pudiendo ofrecer la anhelada atención diurna y nocturna, no estuvo exenta de nuevas luchas y quebrantos. Muchos son los que todavía hoy recuerdan los duros enfrentamientos entre detractores y partidarios de este centro, hasta miembros de una misma familia como los Mesejo, con posiciones radicalmente opuestas en relación con la llegada a la parroquia de la comunidad terapéutica, un centro que, por fin, contaba con el favor de una gran parte de la sociedad local.
Tras cuatro décadas de trabajo intenso Asfedro ha cosechado un extenso número de reconocimientos, el último, el año pasado, la Cruz Blanca de la Orden al Mérito del Plan Nacional sobre Drogas. También fue declarada de utilidad pública permitiéndole acceder a más subvenciones.