En cenicero sin humo (tardía revindicación a Manuel Machado)

La exposición “Los Machado, retrato de familia” conmemora el sesquicentenaro del nacimiento del lírico andaluz
En cenicero sin humo (tardía revindicación a Manuel Machado)
Manuel Machado

De infrecuente podemos calificar el programa televisivo que, hace unos días, informaba de la Exposición sevillana que conmemoraba el sesquicentenario del nacimiento del lírico andaluz Manuel Machado Ruiz y quería constituir un acto de homenaje y recuerdo a la marginada figura del escritor polifacético, colaborador de prensa, bibliotecario, dramaturgo y poeta situado entre las voces más granadas del nuevo arte del modernismo español e hispanoamericano que fue Manuel Machado Ruiz (1874 – 1947) y con él a su hermano menor, Antonio Machado Ruiz (1875 – 1939), los dos mayores de una familia de cinco habida del matrimonio Machado Álvarez, notable folklorista nacido en Santiago de Compostela en 1842, (que popularizó su pseudónimo de “Demófilo”) y doña Ana Ruiz. 

 

La Universidad, la Judicatura, el Folklore andaluz, los ámbitos de la prensa y diversos géneros literarios (en prosa o verso) junto con la traducción y el ensayo hacen de esta familia Machado un importante referente artístico, cultural e intelectual durante las décadas que cruzan la segunda parte del S.XIX y la primera del XX, con una España que asistía al desastre colonial del “98” literariamente cruzada por la alternancia del modernismo y el noventayochismo, y las generaciones de 1914 y 1927 (políticos y señoritos de la alta burguesía andaluza pensaban que en 1899 celebrarían “la Feria de Abril en Nueva York”, escribe el historiador francés Pierre Vilar, lo que ilustra el ambiente de juerga y la ignorancia sobre la realidad bélica del conflicto hispano-cubano-norteamericano); con la vigencia del pensamiento de Ortega y Gasset y una turbulenta y constante crisis bélica (Guerra de Marruecos incluida), social, económica que concluyó en un terrorífico enfrentamiento armado entre 1936 y 1939... junto a una luctuosa y amarga posguerra.


En las vidas de Manuel y Antonio, varias de las circunstancias ante citadas tuvieron una influencia tan trágica como lamentable, a la vez personal y familiar, a un tiempo en su vida y en su obra, y fue nuestra Guerra Civil el hecho histórico vil y cainita el que hubieron de arrostrar como una penosa maldición. De la falsa y malintencionada confrontación fraterna (que conllevó otras: fascistas-republicanos, alzamiento-república, vencedores -vencidos y una inacabable serie de maniqueísmos), el colofón fue encenagar al fascista superviviente y acomodado burgués a base de echarle encima toda clase de infundios y calumnias y hacerlo “el malo” para reservarle al otro (Antonio, el menor) el papel de “bueno”: una dicotomía perversa, basada en falacias, maledicencias y enjuiciamientos sectarios que ignoraron pruebas y testimonios de investigadores, amigos y familiares sobre la armonía de su convivencia y los afectos mutuos entre los dos hermanos... lo que resulta más que comprensible sobre todo en aquellos tiempos de violencia y muerte. 

 

A Manuel, autoexiliado y marginado, en constante situación de sospecha, su trayectoria de escritor quedó frustrada y se limitó a escasos retazos nada comparables a lo ya escrito en Alma (1902), El mal poema (1909), Ars moriendi (1921) y otros poemarios. En fin, ciertas comparecencias obligadas por la situación  de posguerra, algún poema dedicado o textos de circunstancias no pudieron ni pueden empañar la categoría de poeta de Manuel, sin entrar en matices ni comparaciones que no llevan a ningún fin encomiable. 


Pero volvamos al programa televisivo sobre la Exposición machadiana y sevillana del comienzo de estas líneas, en la que no se pretende ni una revancha, ni una réplica propagandística. En ese superficial exteriorismo no se pecó; más bien fue un acto modesto, moderado, de cercanía y verdad; ecuánime, en la evocación de un trágico entorno nacional y familiar. De Manuel, sí se nos acercaron algunos pequeños objetos o piezas personales de su despacho, entre ellos un artístico cenicero de loza azul–tabaco que rememoraba la condición de su propietario de tenaz fumador, (lo que también fue Antonio, el del “desaliño indumentario”) y halló en el fumar una imagen viva de la existencia, pues: “La vida es un cigarrillo:/ humo, ceniza y candela; /unos la fuman deprisa/ y algunos la saborean (De Cante jondo, 1912) ”.


La pretendida desavenencia entre hermanos se enraizó sin embargo ya en la posguerra aupada por sectores de izquierda radical que, partiendo de postulados de la crítica marxista y comunista insistieron, con cierto reflejo incluso en numerosos textos de Enseñanza Media, en vertebrar ideológicamente la capciosa oposición “tradición simbolista /actitud realista” o “socialrealista”. Pilar de aquel montaje simplista y facilón fue el sectario crítico catalán, vinculado a Seix Barral, José Mª Castellet, que en 1962 adoctrinaba a alumnos, lectores y profesores de Letras a base de dualidades antitéticas y dogmas y principios ideológico–históricos en su antología Veinte años de poesía española (1939 – 1959), donde el enfoque estético-artístico pasaba a categoría secundaria para realzar factores económicos, sociales o comunitarios, aderezados de crípticos mensajes entre líneas solo asequibles a la “privilegiada” comprensión de la minoría de cofrades o compañeros de viaje del antólogo. 

 

Hermanos machado
Hermanos Machado


Debo añadir,  en suma, que el amplio proceso de manipulación que los dos Machado sufrieron tuvo facetas bien distintas. La primera se refirió a sus vidas, a dimensiones de actitud y pensamiento, de ideario ético e intelectual. La segunda atañe a las valoraciones de su obra y en concreto a los análisis de poemarios, poemas y versos en los que se detectan símbolos a capricho de intérprete. Mi dilatada experiencia personal y mis frecuentes trabajos didácticos en materia analítico–textual acreditan estas observaciones. Dejaré aquí el tema machadiano sin hacer comparaciones que, es bien sabido, son torpes y odiosas. Tenía yo a este respecto una acuciante cuenta pendiente que en estas líneas he intentado saldar entre mi fervor por el autor de Soledades y una mayor desatención para con el poeta de Ars moriendi.


Uno y otro, a contratiempo acaso, frente al lector ecuánime, han visto al menos aliviadas algunas dolorosas pesadumbres con la Exposición dedicada a ambos el pasado día 20, en la que nombres como Luis Antonio de Villena, Ignacio Camacho, Alfonso Guerra o Andrés González–Barba dejaron colaboraciones de prensa al tiempo que el Rey de España la visitaba al día siguiente. Por cierto que Manuel, al enterarse de la desoladora muerte en Colliure de su madre y su hermano Antonio, intentó en vano visitarlos en el cementerio del pueblo francés, pero no había tren en la estación de Burgos y hubo de posponer su viaje... además de ser encarcelado, para mayor inri, por los sublevados como sospechoso de visitar  a gentes del bando republicano. En fin, la exposición será itinerante y moralmente reparadora.


Como puntual colofón de referencia gallega recordaré los dos viajes que Manuel Machado hizo a Compostela en los que escribió sendos poemas: “Sinfonía gallega” y “Santiago de Compostela”, movido por la tradición religiosa, la emoción artística y la hermosura del paisaje gallego entre algún inevitable tópico que no empaña momentos de hondo sentir y acentos de saudade y muerte y emigración.

En cenicero sin humo (tardía revindicación a Manuel Machado)

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