Hoy se cumplen cuatro años desde que el Gobierno, reunido en un Consejo de Ministros Extraordinario, aprobara declarar el estado de alarma en todo el territorio nacional para tratar de frenar de alguna manera la evolución del Coronavirus. Aquel día el presidente, Pedro Sánchez, comparecía a última hora de la tarde ante 18 millones de ciudadanos que no quisieron perderse lo que se había acordardo, tras una reunión de más de siete horas, en la que se aprobó el Real Decreto de la declaración del estado de alarma. La medida sería de aplicación desde el lunes 16 de marzo y por 15 días, que después se prorrogarían.
Los más ancianos comparan ese día con lo que sintieron cuando estalló la Guerra Civil. Otros, la mayoría, tras el shock inicial, no sabían bien qué esperar ante algo completamente nuevo e inimaginable. Todo aquello daba miedo, mucho miedo e incertidumbre, miedo a morir, a perder a tus seres queridos o a no actuar correctamente para frenar al virus.
La incertidumbre y el temor se apoderó de todos durante unos meses que han dado forma a un nuevo y truculento capítulo de la historia de la humanidad.
Desde esa fecha la sociedad se empezó a familiarizar con hábitos y costumbres hasta aquel momento impensables, con capítulos de la Constitución hasta entonces prácticamente desconocidos, como el tantas veces nombrado artículo 116, que permitía al Gobierno decretar el estado de alarma y confinar a la gente en sus domicilios. El propio presidente explicaba que podían salir al exterior para cuestiones esenciales como comprar alimentos o medicamentos, asistencia a centros sanitarias o entidades financieras o asistencia a personas dependientes.
Desde el 14 de marzo de aquel fatídico 2020 fuimos conscientes también de lo frágiles que podíamos ser a merced de un virus que, inicialmente, veíamos muy lejano pero que llegó a nuestras vidas para cambiarlo todo.
El teletrabajo empezó a ser algo cotidiano frente a la habitual excepcionalidad, los niños dejaron de ir al colegio mientras sus padres ejercían de maestrosimprovisados, siguiendo, dado el caso, las instrucciones del profesorado. Empezamos a ser conscientes también de lo que significaba sufrir desabastecimiento, de las colas en el supermercado, de la importancia que tenía para muchos tener perro y poder sacarlo a pasear, del valor que podía alcanzar un simple rollo de papel higiénico, de aquellas videollamadas con la familia, pero también de los merecidos aplausos para quienes estaban en primera línea enfrentándose al virus que, por un momento, desde una ventana, nos unía en una lucha sin cuartel en la que todos perdimos algo, también lo esencial; nuestra libertad.