José Luis Castillo Puche, Yecla (Murcia), 1919-2004 fue un periodista y escritor muy laureado, tanto en la dictadura como en el período democrático. Recibió premios como los nacionales de periodismo, de literatura, de narrativa…viajó por medio mundo, era amigo de Hemingway, escribió ensayo, novela y también experimentó en la TVE.
Pues bien, este ilustre de las letras y del periodismo vino en el año 1955 a pasar unos días a Ferrol para elaborar una crónica que publicó en el mes de octubre en el semanario El Español ocupando siete páginas. El trabajo va ilustrado con diversas fotos de escenarios urbanos para terminar con una entrevista a Angela (él le da el nombre de Adoración) Ruiz Robles, inventora de la enciclopedia mecánica. Decidí extraer unos cuantos pasajes de su trabajo.
Castillo Puche viene en tren y al entrar en Betanzos comenta que el viajero que quiera llegar hasta el Ferrol en tren, -¡ay el tren eterno problema!- “ya sabe que le espera en Betanzos un transbordo nada cómodo, tiene que encajonarse en un coche poco menos que prehistórico en el que se amontonan viajeros y bultos”. Comenta también el susto que lleva al llegar al puente de Xubia “porque hay un momento en que el tren se detiene para moverse despacio, lentísimo […] allí mismo, donde el río Jubia decide entregar su alma al señor de todas las aguas dulces y saladas”.
Observa el distinguido visitante que al llegar precisamente a la villa de Xubia hace su aparición el que califica como “antediluviano tranvía del Ferrol”, que transporta a diario los miles de obreros que viven en las aldeas limítrofes y que acuden a trabajar a la Constructora Naval.
Le gusta al viajero periodista la plaza de España, “construida casi en forma de bahía”. Dice que los edificios son de apariencia y traza de gran ciudad. “Situados en esta plaza, con solo estacionarse cinco minutos, se ve cómo progresa el Ferrol”, dice. Y añade que en el entorno se observan “buenos comercios, buenos bares, buenos cines, flamantes marinos y bellísimas mujeres”.
Al desembocar en la Plaza de Armas se detiene en el palacio municipal, inaugurado precisamente un año antes de su visita, calificándolo de “edificio francamente solemne”. Castillo Puche escribe que Ferrol “vive y funciona a base de pitos de sirena y reloj de cañonazos. Por un lado, los arsenales que se mueven con una marcialidad como un tiempo de guerra y por otro, la Armada que da su pauta a la escuadra recogida en las dársenas. También si estás paseando por la calle Real, verás que a una hora exacta las muchachas se distribuyen y desaparecen como por encanto. Un poco del hábito castrense quiera que no se le ha pegado también a la población”.
Caminando, caminando, el ilustre visitante acaba en el Puerto del que advierte que no tiene momento de reposo. El muelle en ese momento estaba en obras. Para nuestro huésped, el punto más pintoresco y sugestivo de Ferrol está en este enclave marítimo de Cruxeiras (sic), “en donde desembocan unas calles estrechas, empedradas y retorcidas, callejas de barrio de pescadores, donde -sigue describiendo- siempre hay mucho ropaje tendido y cuyas casas tienen carácter y colorido. Para acceder a algunas de estas casas hay que subir por escalerillas de piedra, apreciándose unos miradores de madera carcomida y vieja”.
A modo de inventario urbano, señala que en Ferrol Viejo hay una “abigarrada y enmarañada amalgama” de tiendas y tenderetes. Y prosigue: “Junto al escaparate, donde la sardina pierde plata entre trocitos de hielo, está el pimiento frito y el pulpo. La sardina llega vivita y coleando de Ares y el pulpo de Mugardos. El pimiento no creo que sea murciano. A lo más procede de Catabois o de Serantes. Junto a estas tabernas a las que se entra por una especie de cancela o confesionario, está el puesto de novelas por entregas y el zapatero remendón que vende unas zuecas de ganga”.
Volviendo al escenario de la fachada marítima, se detiene en el ir y venir de las lanchas de pasajeros. “No bajarán de las 10.000 personas, las que diariamente van y vienen a través de la ría en las cotidianas lanchas y esto da al muellecito un ajetreo y un ritmo de película que se está rodando”.
El periodista, después de recorrer varias calles con nombres de marinos ilustres, enfatiza: “el mar aparece y se nos presenta familiarmente, casi poniéndonos la mano en el hombro. En el resto de Ferrol, el mar está preso y tapiado como un anarquista peligroso. Las murallas blancas que rodean los astilleros parecen decir prohibido asomarse al mar. En “Cruxeiras” el mar nos dice, estoy contigo”. Salta inmediatamente a la vista la playa de Copacabana y escribe: “Cualquier intento de dotar al Ferrol del Caudillo de una playa que no sea la de Cabañas ni la de Valdoviño, Seixo, San Jorge, Doniños, Cobas […] la de Copacabana ha sido una feliz idea”. Aprovecha la oportunidad para citar las empresas emplazadas en el Puerto, Pysbe e Hispania.
“Allí está el Casino, El Correo Gallego, las librerías España y Lombardero, Orjales, el Café Suizo, el salón de té y el bar Sakuska, que es lo más “pera” de Ferrol. Y el Iberia, más para gente de negocios. Aunque acaso el de más compleja y fuerte personalidad sea el Negresco y, por supuesto, donde dan el mejor café. En la calle Real, además, están algunos de los comercios más importantes de Ferrol. Casa Couto, los Claveles, los grandes almacenes Taca, que con eso de la venta a plazos están facilitando la economía de las clases trabajadoras, Casa Nores, Simeón, Olmedo, etc. Aquí están también las joyerías, las peluquerías más elegantes y, sobre todo, los bancos y los hoteles”.
Precisa que vida nocturna no hay apenas en Ferrol. “Es una ciudad laboriosa y tranquila. Todos se acuestan temprano pensando en que han de madrugar”. No falta una referencia a la Empresa Nacional Bazán, “los obreros son como soldados” y relaciona una serie de los barcos que van construidos en estas instalaciones. “Pero no todo es partir planchas […] también estos días vimos a los aprendices derrotar en baloncesto a un equipo universitario de Alemania. De estos talleres surgen grupos folclóricos que recorren cuando se presenta la ocasión, las más bellas ciudades europeas. Se trabaja y se canta”.
Castillo Puche cierra su trabajo con la inventora de la enciclopedia mecánica. Dice que estaba sentado escribiendo en la puerta de un bar, cuando se le presentó doña “Adoración” Ruiz Robles que le pidió que se ocupase de su invento brindándole folletos en los que explicaba el funcionamiento de su ingenio, además de poner en sus manos un denso y extenso currículo. En la despedida hace referencia, tratándolo como un excelente amigo, a José María López Ramón, relacionándolo con El Correo Gallego.