Los amantes de los buenos paseos se habrán dado cuenta ya de que desde hace un tiempo, en esta época del año, los prados, bordes de caminos y carreteras secundarias de las comarcas se tiñen de blanco. En ellos aparecen unas pequeñas campanillas que, además de deleitarnos la vista formando una alfombra blanca –crecen muy juntas y de manera densa–, pueden dejarnos también un muy buen sabor de boca. Y es que se trata de ajetes silvestres, también conocidos como “Lágrimas de la Virgen”, “preciosos y comestibles”, apunta la catedrática de IES de Biología y geóloga jubilada, Celsa Formoso.
Los Allium triquetum, pertenecientes a la familia de las amarilidáceas, son fáciles de reconocer, ya que los tallos de las flores son triangulares, sus flores blancas y acampanadas y su olor es característico a ajo, aunque algo más suave.
Formoso explica que con los terrenos húmedos son fáciles de arrancar y para ello tan sólo es necesario rodearlos con las manos, suavemente, y tirar. De hecho, viven bien en exposiciones de sombra o semisombra, en climas más bien frescos, resistiendo heladas de hasta -12ºC.
Los ajetes silvestres son más fáciles de recolectar que las setas y esta acción puede servir de ocasión para salir a la naturaleza y conocerla
“Son más fáciles de recolectar que las setas y puede servir de ocasión para salir a la naturaleza y conocerla”, añade. “Mucha gente no los conoce y no sabe que son comestibles, y es una pena”.
La parte ingerible de esta planta salvaje está semienterrada. Para comerlos es necesario retirar las hojas, cortar la parte tierna verde y también lo blanco. “Con ello se pueden elaborar riquísimos revueltos de distintos gustos. Yo lo uso como sustituto de la cebolla en la tortilla de patata. Se trata de un sabor nuevo y me resulta exquisito y novedoso”, apunta la también presidenta de la Asociación de Amigos del Monasterio de Santa Catalina.
Los ajetes silvestres son plantas bulbosas procedentes del Hemisferio Norte. Son nativas del Mediterráneo Occidental y crecen en lugares como Canarias, Madeira (Portugal) o el noroeste de África y han sido naturalizadas por múltiples países de Europa. Además de poder ser cultivada, la propia planta Allium se vale de antófilos –hojas– e insectos para colonizar sus flores de color blanco. Su fruto es una cápsula que mide aproximadamente unos seis milímetros, cuyo contenido son unas semillas negras, siendo comestibles tanto el bulbo como las hojas.
Formoso apunta a que, una vez limpios, los ajetes pueden ser congelados, lo que permite su conservación para ser empleados en la cocina, en un futuro. La bióloga hace hincapié, además, en la necesidad de cuidar la naturaleza y “dejar todo como estaba”.