Estaba yo disfrutando de mi tiempo de ocio en un establecimiento de hostelería con intención de tomar un ágape y echar un vistazo a Diario de Ferrol cuando uno de los allí presentes, conocido mío, me dijo: “Hombre, precisamente quería verte; es que sé que te gustan las motos y un primo mío tiene una Lambreta muy antigua que a lo mejor te interesa”. “Bueno”, le dije. “Está escarallada, no funciona, pero a lo mejor te interesa”, repitió. El caso es que me facilitó su teléfono y la localización aproximada de su casa para, en vista de mi interés, ir a ver el escúter.
No tardé en contactar telefónicamente con el propietario y, después de las primeras indagaciones por mi parte sobre el estado de la moto, me facilitó su dirección y allá me fui en busca de la joya en cuestión. Después de unos kilómetros mañaneros, di con el lugar; no fue difícil.
No soy adivino y no tenía mucha idea de lo que me iba a encontrar, aunque en vista de lo que mi interlocutor me había anticipado en el bar, me temía lo peor en relación al estado en el que podía estar la moto. Por no saber, no sabía ni de qué color era, pero la verdad es que cuando vi el escúter me llevé una sorpresa, o no. Destartalada, medio desmontada, despintada, con algunas piezas metidas en una caja de cartón, realmente para quien quisiera comprar una moto lo que estaba viendo no valía nada, y así se lo hice saber después de mantener una breve conversación con el propietario para romper el frío de nuestra entrada en contacto, de la que seguramente su primo le había avisado previamente.
Realmente, mi intención al ir a ver la Lambreta era conseguirla a un precio acorde con su edad y estado y, de existir documentación de la misma, hacerle una oferta al propietario para adquirirla. Inicialmente traté de hacerle ver lo que él ya sabía de sobra: me refiero al coste en materiales, recambios y accesorios, y horas de trabajo que supondría la puesta al día de la moto. Es curioso, pero me dijo que a él se la regalaron, imagínate como puede estar la susodicha, pero que había desistido de recuperarla para utilizarla como vehículo de uso diario. No me extraña que tomase esta decisión a la vista de lo que se le venía encima para conseguir ponerla a funcionar y que a lo mejor “aparecía” algún interesado en llevarla para ponerla al día y tratar de negociar con ella.
La cosa no pintaba muy bien, seguimos hablando de nuestras vivencias moteras, para, de vez en cuando, llevar yo la conversación a lo que me había llevado hasta allí. Sin más rodeos decidí concluir nuestra distendida charla y, en vista de que él no se manifestaba, le espeté: “Mira, me cargas la moto en la furgoneta y me la llevo”. No respondió y yo insistí: “Es que esto no vale nada y solo me va a dar quebraderos de cabeza, trabajo y gastos para recuperarla”. Él asintió, pero no contestó a mi ofrecimiento, ni tampoco fui capaz de que me dijese lo que pretendía por la moto. En vista de ello, le espeté: “Mira, yo te doy 100 euros, me das los papeles y me la llevo”. Nuevamente me quedé sin respuesta.
No conseguí la moto, ni siquiera conseguí que soltara prenda respeto a lo que quería por ella, pero yo no desistí y le dije: “Mira, yo no te doy más de 100 euros. Tú sabes que no vale ni eso, ya conoces mi oferta, piensa lo que quieres por ella y házmelo saber. Soy el socio nº 13 del Vespa Club Ferrol-Golfos y Kinkis y posiblemente a algún compañero del club le interese, pero dime el precio”. “Sí, sí. Lo pienso y mañana o pasado te llamo y te digo”.
Esto sucedía el pasado sábado. Ayer lunes era el fin del plazo que él me dijo me diría lo que quiere por la moto. Esperaré a ver….
Para ambientar nuestra conversación, me desplacé en mi Vespa 150 Sprint, recuperada después de retirarla del balado donde se encontraba en un estado calamitoso, hasta el domicilio de Miguel, pero la puesta en escena, al menos por el momento, no me sirvió de nada. Me vine sin el ansiado escúter y, lo que es peor, sin saber el precio que pretende le paguen por ella.
Otras Lambretas, estas conocida por los aficionados como “faro bajo”, una Vespa 150 S, una 200 Px y una Iris, están a tiro y voy a dedicarme unos días a verlas y tratar la compra con sus respectivos dueños.
En el caso de las dos primeras –sus propietarios, o sus herederos, saben lo que tienen, están resabiados– requieren por lo menos una revisión a fondo, están muy por encima del su valor real y, aunque esto es muy poco objetivo, personalmente no voy a satisfacer sus, casi indecentes, pretensiones económicas. Las dos últimas son más golosas. No sé su precio, pero su estado general es bueno, habrá que tentar a sus propietarios. Ya os contaré.