El coloquio internacional organizado por Reyes García Hurtado a través de la UDC, "Un océano, dos destinos", cerró este tarde el capítulo de ponencias, entre las que se pudo estuvo la del catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cantabria Tomás Mantecón, titulada “Anatomía de una ciudad atlántica en la Europa del Antiguo Régimen”. Las jornadas se despiden mañana viernes con visitas al Arsenal y el castillo de San Felipe y un paseo en barco por la ría.
¿Hay un patrón común en las urbes marítimas de esa época?
En el coloquio se han tocado temas como la conformación urbanística, el desarrollo más material, los trazados... Yo quería darle un enfoque que penetrase más en los usos que hace la sociedad de esos espacios urbanos y ver en qué medida estas ciudades de toda la fachada europea podían compartir alguno de estos rasgos, intensificados en función del tipo de actividad prioritaria. Por ejemplo, los modelos que tienen que ver con una dedicación más defensiva o de construcción naval, que intensifican las tasas de masculinidad y generan problemas de conflictividad humana, aparte de la laboral. En otras predominó la actividad comercial y tienen un vínculo de relaciones entre los espacios de influencia de su entorno –hinterland– y las proyecciones hacia el exterior –foreland–. En estas, lo que generaba mayores disfunciones desde el punto de vista de los conflictos sociales era la eventualidad a lo largo del año. Eso genera unas expectativas de trabajo extraordinarias en algunas etapas del año y atrae muchísima población, pero muchas veces las expectativas son mayores que la actividad que es capaz de generar la ciudad, por grande que sea. Y eso provoca problemas de orden público, tensiones en torno a las culturas de los estibadores, y también ayuda a modelar ese espacio urbano: zonas más “calientes” desde el punto de vista del delito y otras más organizadas, más vinculadas a las labores de transformación, distribución y comercialización de los productos.
Y eso se acelera cuando las poblaciones se disparan, claro.
Hablamos de núcleos que crecen a un ritmo desigual. Londres pasa de unos 400.000 habitantes a la altura de 1700 a casi un millón en 1800. Desde el punto de vista de la organización de oportunidades económicas, también crecen de manera exponencial las actividades legales... y las ilegales.
¿Por ejemplo?
En Londres se desarrollan redes de peristas para blanquear objetos robados con una organización muy consistente. Alguno de ellos llega a contar incluso con navíos para generar dinámicas de intercambio de objetos robados a los dos lados del Canal de La Mancha.
¿Cuánto más violenta era la sociedad en aquel momento?
En las ciudades portuarias, que tienen una vitalidad tan intensa, esos fenómenos de conflictividad urbana y de violencia están potenciados, e intentan responder a estos problemas. Hay grabados en Amsterdam en los que se ve el promontorio por el que pasan los navíos con picas con fragmentos de cuerpos de personas ejecutadas, a modo de advertencia. Si uno ve los indicadores de la evolución de la violencia en las ciudades europeas desde finales del Medievo hasta el XIX se observa un declive en la violencia interpersonal, cotidiana. La media europea de tasas de homicidios a mediados del XVI está en torno a 40 anuales por cada 100.000 habitantes, y a mediados del XVIII estaría alrededor de 3,5. Durante mucho tiempo, los historiadores pensamos que esta reducción la tasa de homicidios representaba la evolución de la violencia en general, pero en los últimos años vimos que –si se tiene en cuenta no solo los homicidios, sino también agresiones, violencia verbal, injurias, difamaciones, etc.– en las sociedades rurales ese declive habría sido más acentuado y, sin embargo, no está tan claro que se haya producido ese declive de la violencia interpersonal –aunque hayan decaído las tasas de homicidios– en los entornos urbanos.