BROMURO CATÓDICO | Melancolía entre la sangre y el polvo

Crítica en #Nordesía: Ángel Luis Sucasas desgrana el videojuego Dinasty Warriors Origins
BROMURO CATÓDICO | Melancolía entre la sangre y el polvo

Toda gran obra suele tener una emoción que la atraviesa. Forma parte de ese “tema” del que tantas veces les llevo hablado ya, ese que Stephen King afirma, en su inolvidable Mientras escribo, que es el fin último de toda narración. Las cosas tratan de “algo”, un inasible, al comienzo de la creación de la obra, que poco a poco se va perfilando en una verdad, en su esencia más pura. 


No hace falta, desde luego, que ese algo sea intelectual. Puede ser una mera emoción, incluso una a la que cueste encontrarle palabras. En el caso de la obra que nos ocupa hoy, el videojuego Dinasty Warriors Origins, tengo muy claro que esa emoción es la melancolía.


Ya desde el comienzo, nuestro protagonista sin nombre, sin palabras y sin recuerdos, de una hermosa belleza andrógina, ese tipo de belleza entre la fragilidad y la gallardía que viste un Timothy Chalamet en Dune, nos anticipa que un tipo muy concreto de emoción atraviesa este juego. No tenemos memoria, pero hay una melancolía intrínseca a nuestro vacío interior, una que viene acentuada por visiones de un extraño muchacho, muy semejante a nosotros en rasgos, pero con el pelo gris, en el que se advierte de un destino casi divino que tal vez esté oculto en los fragmentos de memoria robada que sufrimos como protagonistas. 


El marco de “Dinasty Warriors Origins”, como lo ha sido siempre en esta saga que ha superado ya los 20 millones de copias en todo el mundo, es El romance de los Tres Reinos. China tiene cuatro grandes novelas que se consideran los cimientos de la cultura milenaria de este país e imperio: Bandidos del pantano, Sueño en el Pabellón Rojo, Viaje al Oeste y la que nos ocupa, El romance de los tres reinos. Son todo obras extensísimas, epopeyas entre lo fantástico y lo histórico que apuntalan un legado cultural; una visión del mundo. 


“Dinasty Warriors” (hecho por japoneses, que conste) adapta esta epopeya de batallas que podemos asimilar a la Ilíada de Homero en términos occidentales. Es una obra bélica, y es la más antigua de las cuatro grandes novelas chinas (fue escrita en el siglo XIV). Su extensión es descomunal (800.000 palabras; es decir, el doble que El Señor de los Anillos) con casi 1.000 personajes repartidos a lo largo de un siglo de historia en 120 capítulos. 

 

Ha sido siempre el sustrato del que se ha nutrido el equipo de desarrolladores de Omega Force para crear estos títulos, que, a la postre, han conseguido moldear un género que solo existe en los videojuegos: el musou, la traslación al arte interactivo de las grandes batallas militares. Desde un punto de vista muy concreto: el del gran héroe obligado a luchar con hordas y hordas de enemigos; el uno contra muchos. 
 

Pero si bien este marco parece bascular hacia la épica a lo Tolstoi, la que glorifica el espectáculo militar, y así lo hace en muchos otros títulos de la franquicia, en “Origins” hay una quietud, un tratamiento de la música y la estética, y una reflexión, ya desde su comienzo, sobre los horrores de la guerra y la desolación que traen consigo, que tiñe toda la experiencia de esa emoción que comentamos: melancólica, de fatalidad sin derrotismo, si pudiera decirse. Como si los héroes que viven y sangran en estas legendarias batallas fueran conscientes de que son títeres a un designio que los sobrepasa a todos y contra el que no se puede luchar porque es tan inalcanzable como el firmamento. 


Los viajes por un mapa alegórico, en el que la talla del protagonista es gigantesca, aprovechando la metáfora que permite el medio, van punteados de una melodía que jamás es épica, sino delicada y poética, ahondando en esa sensación de nostalgia, de pérdida y de melancolía. Por supuesto, las batallas son realmente colosales, y es este género, el musou, el que mejor sabe representar su abrumadora escala, empequeñeciendo al jugador contra mareas humanas de cientos y cientos de enemigos. Pero la emoción que prevalece es esa delicada tristeza ante la imposibilidad del guerrero de hacer otra cosa que cumplir con su naturaleza asesina. Morir o matar y nada más. 

BROMURO CATÓDICO | Melancolía entre la sangre y el polvo

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