Nos hemos consentido en la cima de un mundo que se abisma en nosotros sin noción de caída o asiento. Una engañosa sima a la que nos arrojamos tan arrogantes como alegres en la idea de saciar en ella nuestros apetitos existenciales.
Ya no solo es que seamos mera fuerza de trabajo, que vivamos para esa utilidad y tengamos por ello que estar alegres. Es que nos ha alcanzado también la utilidad en el discurrir ideológico y de ocio. Quiero decir que también aquí nos hemos convertido en meros contenidos, elementos necesarios de un decorado bélico en el que batallan los distintos bandos políticos que, con disculpa de gobernarnos, nos mueven al desorden y la perruna militancia sin importarles que nos comportemos como hinchas y no hallemos entre todos una mirada más amable en la común tarea de gobernar nuestros comunes destinos, afanes y haciendas. En este batallar ya no somos el elemento principal sino el actor necesario para su sostenimiento. Podíamos pensar que no es así, que somos seres votantes, pero no es cierto, somos seres beligerantes a los que parece que no les importe otra cosa que que ganen los suyos, aunque sea a costa del sistema y de la gobernanza.
¿Qué decir del ocio, las redes sociales? En ellas, ¿qué somos, más allá de la mera utilidad? Nada que no sea contenido. Hasta en los medios de comunicación se acentúa esa condición al extremo de hacer de nosotros aquello que discurre entre anuncios mientras se nos anuncia.