Cruce de caminos

¿De qué trata? Me pregunta mi marido al volante. Nos hemos pasado el fin de semana haciendo kilómetros. Asumo que yo no tendría rival si le dieran un premio al peor copiloto posible. Me ausento, porque voy leyendo, y si establezco contacto es para solicitar café en la próxima estación de servicio. Le contesto que se trata de un texto exquisito sobre las relaciones humanas y el proceso de creación artística. Es Todo cuanto amé, de Siri Husvedt, la poeta de Nueva York, ensayista y novelista dotada de una inteligencia superior. La dedicatoria de la que quizá sea su novela más ambiciosa es para Paul Auster. Se lo voy contando a mi marido a la altura de Astorga. Lloro.


No me pregunta si la historia es triste, sabe que no lo es, me deja leer, sabe también que la lectura amortigua siempre mi aflicción, que me he agarrado al libro como punto de apoyo. En la guantera del coche llevo también un breve ensayo de Fabio Morábito, El idioma materno. Hacemos alto en la ciudad maragata. Llueve. No tenemos prisa, quiero ver el palacio que dejó allí Gaudí, comprar chocolate. La ciudad leonesa es un cruce de caminos, mi propia cartografía. Son muchas las emociones que se despiertan cuando los hijos salen de la casa familiar. ¿Por qué lo llaman síndrome del nido vacío? Si las golondrinas apenas necesitan unos pocos días para volar con sus propias alas y seguir migrando.


A la pregunta que no me había formulado, le respondo a mi compañero debajo del paraguas, observando los distintos colores de la impresionante Catedral de Astorga: es una suma, una multitud de sensaciones. De pronto, el orgullo de haber visto a nuestros hijos crecer bien y alcanzar su autonomía, luego de años dedicados a su crianza, no impide que nos pellizque la añoranza de su niñez. Siento pérdida y nostalgia, un poco de tristeza, y aventuro unos primeros días de vacío, cuando todos los integrantes de la familia no estemos juntos bajo el mismo techo. Pero creo que también estoy feliz. No sé si se lo explico bien, que las migraciones forman parte de la historia de la humanidad, que está aquel poema de Khalil Gibran que dice que los hijos no son de uno sino de la vida. Y mientras hablamos de esa aceptación de la otredad de los hijos, reanudamos el camino a casa. Ha dejado de llover.


Dejo que Siri Hustvedt me espere unos cuantos kilómetros más. Suena en el coche la música que nos gusta. Las niñas van a estar bien, me lo digo, se lo digo. Nosotros, también. Quizá sea esta nuestra nueva oportunidad de nutrir el corazón, de atrevernos a indagar. Lo primero que hago al llegar a casa es buscar mi libreta de notas, tengo que apuntar esto: «Y aún hay lugares en mí que no he visitado».

Cruce de caminos

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