Desde muy antiguo por no decir desde siempre, el hombre, como es de dominio general, trata de evitar la ingesta y el contacto con sustancias que le resultan nocivas. Hasta otras biologías –tanto más, cuanto más próximas al plano humano– rehúyen los productos que les son dañinos y recurren sin embargo a aquellos otros que les resultan beneficiosos. Pero nosotros, desde el homo sapiens a esta parte, tercos y tenaces; carne, materia calda, con soplo de conciencia y discernimiento..., volvemos a caer cuantas veces nos levantemos. Y lo tenemos ahora mismo a nuestro redor: en la política, la enseñanza, la seguridad, la economía..., sin ir más lejos, intoxicadas, a modo de con venenos, dejándonos “morder por el áspid” o tomando “el vaso con la cicuta”, como lo hicieran hace siglos o milenios Cleopatra o Galileo: unos voluntariamente, y los otros a la fuerza; unos, reos y víctimas de tiranías caudillistas; otros, amenazados y coartados por las mismas, para que ingieran el tóxico que ofrecen, los más ladinos, como para libar en cáliz que dicen de plata: la Biblioteca de Alejandría, la Resistencia de Troya..., cayeron bajo disfraces, tiranías caudillajes..., indignos a veces y perversos siempre.
Las expectativas basadas en ofertas y servidas en cálices que semejan plata, personalistas, egoístas, caudillistas..., cuyo resultado de toxicidad, salubridad, consecuencias..., no está experimentado ni suficientemente conocido, sino todo lo contrario, está abocado a la intoxicación, al envenenamiento, al fracaso. Por eso es necesario recurrir a lo que hacen nuestros inmediato-inferiores: huir del producto que repele nuestro instinto, sumando el raciocinio y la sensatez, y buscar y tomar aquel otro que nos dará bienestar. O al menos, tranquilidad.
No olvidaré nunca, (a modo de parangón, nefastas comparaciones), el desastre bio-ecológico surgido del optimismo de unos cuantos desaprensivos y faltos de experiencia y ponderación, cuando la “explosión” del petróleo, los herbicidas, plaguicidas..., finales de los sesenta-setenta. Muerte masiva de la biología entera, (presenciado por servidor), bajando centenares, miles, de peces muertos y moribundos por la contaminación de aquel río; muerte por respiración de herbicida, en minutos, de un vigoroso potrito en mi paradero de Galicia; muerte en menos de un minuto en casa, de nuestra mascotita voladora por insecticida... Pues aquí, la insensatez y euforia políticas en sueños de vanagloria..., afectando, como dijimos, economías, seguridades, producciones y supervivencia, etc., etc., pueden acabar siendo catastróficas, mortíferas..., como lo ha sido la consecuencia de aquella otra euforia de mi símil.
Me despido deseando que nuestros gobernantes corrijan las decisiones arbitrarias, caprichosas, mal tomadas.., y tendamos a sendas de consenso y de cordura, preocupado.