Participación

Vivimos en un mundo en el cual los cambios tecnológicos se aceleran sin apenas concedernos un mínimo de tiempo para asimilarlos. Lo hacen tan abruptamente que  siempre nos cogen desprevenidos.  


La realidad es que lo están trastocando todo, economía, sociedad, cultura, valores, comportamientos. Tan es así que incluso están rompiendo los esquemas mentales de muchas personas, especialmente las que pertenecemos a otras generaciones. 


Lo cierto es que la tecnología está cambiando nuestras vidas. ¡Y de qué manera! Hay profesiones que pronto serán cosa del pasado. Sin embargo, hay otras que por ser consideradas relevantes van a sobrevivir a esta debacle tecnológica/profesional. Al parecer una de ellas es el trabajo social. Se dice que en el 2030 España necesitará muchos profesionales en este campo.   


Pero no entraremos aquí a discutir datos o suposiciones, sino que nos centraremos en hablar del rol que deben tener dichos profesionales en el diseño y desarrollo de las políticas sociales, pues su contribución es fundamental.   


Empezaremos diciendo que el trabajador social es una suerte de activista, aunque a mucha gente le suene extraño lo de “activista”, que trata de buscar las causas que producen los problemas, causa-efecto, con el objeto de encontrar una respuesta razonable para poder resolverlos.  


Un ejemplo de ese activismo fue el de la norteamericana, Jane Addams,  importante líder en la historia del trabajo social. Fue sufragista, feminista, ciertamente un feminismo  diferente al actual, en algunos aspectos incluso con otro significado. También fue socióloga, escritora y pacifista, siendo galardonada en 1931 con el Nobel de la Paz. 


El trabajo social fue importante en todas las épocas. Pero en el mundo que viene lo será todavía mucho más. El presente ya nos está indicando de cómo será ese futuro, difícil, duro, complicado.  


Las razones son muchas y variadas.  Algunas de ellas son el modelo de producción y consumo, insostenible en el tiempo; la revolución tecnológica que está expulsando a miles de personas del mundo laboral; el cambio climático causante de futuras migraciones masivas; un aumento exponencial de los refugiados debido a conflictos y guerras; relaciones humanas más hostiles. Y otras calamidades causadas por el hombre.


Lo que viene, si no hay cambios drásticos, ya se está empezando a ver en la fotografía a medida que aparece su revelado. Algunos economistas lo están intuyendo. Quizá por esa razón están hablando de establecer un “ingreso básico universal” que evite estallidos sociales.  


Por esa razón el trabajo social será tan importante. Aunque en España no está bien valorada la figura del trabajador o trabajadora social, porque tampoco lo están las ciencias sociales, el rol de estos profesionales será cada día más relevante. Sobre todo en los niveles micro-sociales. 


Por lo tanto, deberían tener un papel mucho más activo en el diseño, ejecución y evaluación de las políticas sociales. Políticas que, dicho sea de paso, no deberían recaer en los políticos. No hay que olvidar que estos profesionales son una suerte de intérpretes de las necesidades sociales de la comunidad.


Lo cual quiere decir que su papel no debe reducirse a ser unos meros técnicos, burócratas o muñecos en manos de los políticos. Porque es obvio que sin su contribución no será posible construir una política social medianamente decente.  


Aunque es cierto que hay una cierta colaboración de estos profesionales en los departamentos donde se planifican estas políticas, en el caso de España son las consejerías de asuntos sociales de las Comunidades Autónomas. Es necesario que participen en ellas, bien sea directa o indirectamente, todos los trabajadores y trabajadoras sociales de la comunidad autónoma para la que trabajan. 


Ellos y ellas son una suerte de termómetro social. Lo que significa que tienen un conocimiento mucho más amplio de la realidad que cualquier político. Es por eso que se hace tan necesaria su implicación con el objeto de preparar determinadas estrategias, análisis, asesoramientos, etc.


En definitiva, son agentes clave que ayudan a mejorar la calidad de vida de grupos, familias y personas en los espacios comunitarios.       

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