¡Patético!

Cuando se escriben estas líneas, la jornada no ha culminado. Illa ha presentado su discurso de 40 minutos y su investidura es una realidad. Poco antes aparecía Puigdemont rodeado de miles de seguidores. Ha pronunciado un discurso de 7 minutos y ha desaparecido.


Lo vivido hasta el mediodía de ayer ha sido patético, muy patético. El autodenominado exiliado ha llegado a Barcelona. No lo ha hecho minutos antes de su intervención. No. Llevaba por lo menos muchas horas antes en tierra española y nadie se había enterado, nadie le ha detectado, nadie ha sabido dónde estaba o eso es lo que se nos ha trasladado. Cuesta creerlo teniendo en cuenta que nuestros cuerpos y seguridad gozan de un merecido reconocimiento internacional, sin excluir de este reconocimiento ni a la Ertzaintza ni a los Mossos.


En ningún país democrático del mundo ocurre lo que ha venido ocurriendo el día 8 de agosto en Cataluña. Se entiende que se estudie con cuidado el momento de la detención para no generar males imprevistos, pero lo visto supera con mucho cualquier estrategia de prudencia y contención. No se le ha detenido porque no se ha querido porque si esto no ha sido así habría que concluir que los operativos policiales han sido un rotundo fracaso. Un fracaso más patetico que la propia presencia de Puigdemont.


Sin datos objetivos que nunca tendremos, no es una alucinación pensar que detrás de todo este patetismo ha habido algún tipo de acuerdo para que los acontecimientos se hayan desarrollado como lo han hecho al menos hasta el mediodía de ayer. La burla ha sido mayúscula y el pacto, si lo ha habido, más que vergonzoso.


Desde la Generalitat el silencio ha sido evidente y desde el ministerio de Interior se han limitado a mostrar su disgusto por lo que consideran mala actuación de los mossos que, efectivamente, tienen las competencias de orden público. Esta circunstancia no excluye la colaboración con Guardia Civil y Policía Nacional, de manera que Interior no puede quedarse en el lamento de lo mal que lo ha hecho la policía autonómica.


¿Cómo explicar a la opinión pública nacional e internacional el esperpento vivido? ¿Cómo justificar que pasadas las horas no se sepa el paradero de Puigdemont? ¿Tenemos que aceptar que el expresident puede torear a miles de policías?


La llegada de Puigdemont ha tenido repercusión internacional y es cuestión de horas que en más de un país se lleven las manos a la cabeza ante el desafío y humillación que el autoexiliado ha logrado asestar al buen nombre de España y sus instituciones. Nada de lo que ha hecho Puigdemont, ni su llegada a España, ni haber estado escondido durante muchas horas, ni escaparse del breve mitin, lo ha hecho en solitario. Me niego a pensar que todo haya sido incompetencia policial. Los responsables de la seguridad de la Generalitat y del Gobierno de España nos deben a todos una explicación creíble. Ocurre que si callan malo pero si hablan, quizás sea peor.

¡Patético!

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