Mucho leemos y escuchamos sobre el envejecimiento de las sociedades occidentales, sobre el invierno demográfico que sufre España o nuestra Galicia, muchos son los datos que nos aportan, olvidándonos que detrás de cada número hay una persona. La despersonalización como el arte para insensibilizar nuestros corazones de los problemas reales. Nuestros gobernantes dirigen nuestras vidas llevándolas cada vez más por un camino frío, angosto y solitario. Nos venden el concepto de humanización al tiempo que practican el concepto de despersonalización. Cada vez trabajamos más, los que tenemos el privilegio de trabajar, para recibir un mismo salario. Cada vez pagamos más impuestos para recibir las mismas prestaciones, que no se incrementan conforme el aumento de nuestros impuestos. Cada vez tenemos menos hijos, porque las políticas que fomentan la natalidad brillan por su ausencia. Cada vez vivimos más juntos físicamente, y cuanto más juntos vivimos, menos nos conocemos y relacionamos. Cada vez escuchamos más el concepto de humanizar los barrios como excusa para justificar obras e inversiones públicas millonarias, muchas de ellas sin hablar ni escuchar a los vecinos sobre su necesidad o prioridad. Y así cada vez vemos más parques o polideportivos vacíos que han costado mucho dinero público. Porque es más fácil y rentable invertir el dinero público en ladrillo, que en las personas. Cuando en verdad el único negocio seguro es invertir en las personas, un negocio cien por cien rentable, y que con una pequeña inversión los dividendos que se obtienen son altísimos.
Un claro ejemplo de negocio a invertir por nuestros gobernantes locales son las asociaciones vecinales, auténticos motores de nuestros barrios, alimentados por la ilusión y positivismo de personas anónimas en sus directivas, cuyo único objetivo es la solidaridad y la convivencia con sus vecinos, siempre expuestas a las críticas, pero siempre añoradas cuando, sin más combustible que los muevan, dimiten para que luego nuevos vecinas y vecinos con energías renovadas, tomen el testigo en la lucha de intentar dinamizar sus barrios, aportando imaginación y ganas para contrarrestar la precariedad de las ayudas recibidas. Eso sí, cada cuatro años son visitados, antes de las elecciones, prometiéndoseles el oro y el moro que rara vez se cumple.
Y lo cierto que las asociaciones vecinales realizan una labor impagable. Junto con el pequeño comercio y las asociaciones deportivas locales, son el punto de reunión de la vida en los barrios. A través de sus talleres y actividades consiguen sacar de sus casas a muchas personas, en especial de edad avanzada, que de otra manera, pasarían sus tardes sentadas en sus butacones acompañados por la soledad de la televisión. Un claro ejemplo de humanización, de convivencia de los barrios y parroquias, que haríamos bien en proteger y fomentar. Está muy bien invertir también en el ladrillo que supone las residencias de mayores, que también son muy necesarias, y que venden muy bien para las elecciones municipales, pero invertir en las asociaciones vecinales no es excluyente, y además invertimos en las personas.
Además, necesitan un apoyo institucional por parte de los gobiernos municipales, de las diputaciones provinciales y de la Xunta, ahora más que nunca, que sea claro, firme, sólido y decidido, y no una declaración de buenas intenciones. Porque se enfrentan a un gran problema de salto generacional que, si no las apoyamos, las pueden herir de muerte. El salto generacional que se produce entre las asociaciones deportivas que se nutren de nuestras hijas e hijos, cada vez más escasos, acompañados por sus progenitores que rondan los treinta y pico a cuarenta años, y que desconocen las actividades y la “vidilla” existente en las asociaciones vecinales, frecuentadas por personas de más de cincuenta y cinco años en el mejor de los casos, cuando no más bien en torno a los setenta. Un “lapsus” de dos décadas que, si no trabajamos entre todos para que disminuya hasta que desaparezca, pueden llevar al traste la grandísima labor que están realizando las asociaciones vecinales. Y este apoyo no sólo debe ser económico, que, aunque es muy necesario, no es seguramente el más importante, ya que las directivas, como buenas madres, saben sacar el máximo rendimiento a sus exiguas arcas, necesitan visibilidad, apoyo, facilidad a la hora de plasmar sus proyectos, menos burocracia, y sobre todo darles el valor en la sociedad que durante décadas se lo han ganado a pulso. Sin duda, si de verdad queremos humanizar nuestros barrios y parroquias, debemos dar, entre todos, el valor a las asociaciones vecinales que se merecen, invirtiendo más en las personas y tal vez un poco menos en ladrillo.