Sobre mis amaneceres y otras consideraciones

No me refiero aquí al despertar de cada mañana, que también, sino a las influencias, a los estímulos, varios y múltiples que, desde la llegada a la luz hasta el abandono de mi aldea en plena pubertad-juventud, impregnaron y estimularon mis sentidos y se grabaron para siempre en algún lugar de mis neuronas.- Apartada y abandonada aldeíta de mis amores como otras tantas de la Galicia del minifundio y prolífica en exceso en las familias..., vine al mundo en aquella etapa que carecía de luz eléctrica nuestro mundo rural y no se disponía de hospitales ni tocoginecologías para ayudar a las gestantes y parturientas en sus biológicas y más elementales exigencias: gracias a la tía Amadora, vecina, madre de ocho hijos y activa ayudadora en partos, pudimos “contarlo” mi pobre madre y este humilde servidor que según  mis padres, era como diezmesino y pesé más de cinco kilos cuando nací: ¡Traedme aceite!, les dijo; pues con el aceite y sus acertadas hábiles maniobras, consiguió la expulsión y la respiración profunda y placentera de madre e hijo. 
Se morían en aquel entonces niños en el parto y a veces sus madres también, aun sabia la naturaleza y con suerte, acertadas las ayudas. Hoy día por razones varias, aun se dan escasas defunciones en nuestros ámbitos de los nortes y no sé cuántas en los sures. Fui creciendo presa, como casi todos los niños de aquella época, del sarampión, tos ferina, paperas, escarlatina y tifoidea, por si era poco. 


Mi padre fue operado en Santiago, (fonte limpa), con gastos de dinero que no tenían y cuya infección supurada recuerdo, con dolor a pesar de mí muy corta edad. Los vientos del norte y los vendavales se colaban por las rendijas de las desvencijadas ventanas produciendo un silbido característico al que uno, bien tapado con colchas de trapo y mantitas de lana de oveja, se acostumbraba. (Comentaba mi padre que la noche más feliz de su vida la experimentó con ese silbido “de fondo” la noche primera de su vuelta de la Habana en su cama de la casa de sus padres. Yo lo creo). 


Mis padres en aquel lugar como de quinientos ferrados de extensión y una casa muy grande, trabajaban más que, de sol a sol, con un rendimiento mínimamente aceptable: no se podía parar, sin vacaciones, ni ayudas, orientaciones, no pasábamos hambre pero tampoco había lugar para la holganza, ni beneficios acumulados, ni ayudas, orientaciones, ni consideración a impuestos, ni seguros, préstamo a fondo perdido, acceso a mejora en semillas, aperos, rotaciones, posibles canales de compra-venta... Como me decía hace poco un amigo y compañero de aquella escuela “no había nada”. 


Pues a todo esto último expuesto, es a donde quiero ir. - Servidor, en aquel apartamiento y abandono de gobiernos –de lo que yo no me enteraba– al mundo campesino y la lucha con ímprobos esfuerzos de mis padres..., puedo afirmar que me sentí relativamente feliz. Sabemos que la felicidad plena no existe. 
Pues digo yo que si los Gobiernos de turno estuvieran pendientes de cuanto comento como deficiencias y necesidades, y les pusieran remedio, el mundo campesino sería feliz; no habría tractoradas, ni aldeas caídas, ni España vaciada..., que lamentablemente sufrimos. !Ojalá los Gobiernos miren más hacia el campo!

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