Al hablar del yoga se cae en los tópicos tan típicos: gente mayor, orientalistas y vegetarianos. Y, a pesar de que estos también pueden practicarlo si así lo desean, no solo está vinculado a ellos, sino a todo aquel que decida hacerle un hueco en su agenda. Al hablar del cáncer, sin embargo, se calla, se susurra por debajo de la mesa. Como si solo mencionarlo pudiera hacer daño, como si no fuese una enfermedad que, según la Red Española de Registros de Cáncer (Redecan), tiene una incidencia estimada para 2024 de más de 280.000 casos.
Esto supone que, alrededor de un 40% de la población recibirá algún diagnóstico como este, y una cara oculta, que es la repercusión en la salud mental de los pacientes y sus allegados. En palabras de Ivana Iglesias (Val do Dubra, 1994), psicóloga de la Asociación Gallega de Afectados por Trasplantes Medulares y Enfermedades Oncohematológicas (Asotrame), la notificación del diagnóstico supone “un completo shock inicial, a pesar de que ya se tuvieran síntomas previos”. Lo más natural en este instante es el bloqueo mental y la incapacidad de seguir prestando atención al interlocutor, el médico en este caso.
Se pasa por una serie de procesos que son tan variados como las personas, puesto que el “no saber qué va a pasar con tu vida a partir de ese momento se gestiona de manera individual, las reacciones pueden ir desde el enfado o la ira hasta una sintomatología depresiva”, explica la psicóloga. La asociación es la mano amiga de muchos pacientes. Para ellos elaboran jornadas como el Taller de meditación para pacientes oncológicos, iniciativa que nació el 19 de julio en las instalaciones de Samsara Integral Yoga, el centro de Ana Freire (Narón, 1977), de la mano del experto en meditación y autodescubrimiento, Ashraf Ali (Pali, 1981).
“El cáncer tiene muchos estigmas sociales, desde el diagnóstico hasta el tratamiento. Son personas muy expuestas socialmente a las que se sigue tratando con diferenciación. Esto acaba cohibiendo a las personas”, explica Ana. Ella lo sabe de primera mano, cuando eran joven tuvo células precancerígenas y rechaza el término “superviviente”. Quizá tiene que ver con la idea de que nunca se vuelve a ser el mismo tras una enfermedad como esta, una dolencia que hasta hace relativamente poco era un tabú social. “Es imposible volver a la vida precáncer pero esto no tiene porqué ser necesariamente malo. Eres otra persona, has aprendido y conocido otra realidad y esto puede ser, incluso, empoderador.”, explica.
Aquí es donde se le abren las puertas al yoga y a la meditación. Para muchas de las personas diagnosticadas estas sesiones suponen un oasis, un punto de conexión con personas que comparten su misma realidad. Un espacio en el que pueden “no solo llegar a conectar con ellos mismos, sino también con todo aquello que les rodea: desde las personas al entorno” asvera, Ashraf Ali. Él llegó a Ferrol desde la India y tiene la vocación más bonita del mundo: ayudar. Ha encontrado aquí su oasis personal, en el que se dedica a compartir sus conocimientos desde su iniciativa Camino al Amor.
Él no habla de yoga, habla de meditación. Es fácil, con esta afirmación, caer en lo preconcebido y pensar en el estatismo, en una mente en blanco pero “aunque uno esté sentado con la piernas cruzadas y los ojos cerrados, eso no supone que esté meditando, es sólo una postura”, recalca Ashraf. Su método es disruptivo. Parte de un caos, de los gritos, las risas o el llanto como proceso para dejar salir el dolor de dentro de uno. Afirma este experto hindú que si una persona consigue liberarse del dolor y de la ansiedad, su trabajo está hecho, ya que su experiencia le permite ayudar a la gente a que conecte con ellos mismos y, una vez se consigue esto, la soledad es una palabra que se desvanece paulatinamente, como indica.
Los tres – Ivana, Ana y Ashraf– coinciden en la relevancia del estar en el momento, de saber encontrarse y poder relativizar. La disposición de aprendizaje es muy necesaria durante todo el proceso, puesto que la capacidad de estar presente mentalmente en un proceso como este es importante y no se deben negar las sensaciones. “Está bien saber reconocer que estamos en un punto alto, en un punto bajo o en un punto medio. Lo necesario es saber que esto puede fluctuar”, comenta Ana. Está claro que no es un camino fácil, pero su recorrido es inevitable. Todas las técnicas, ayudas y posibilidades son bienvenidas en un contexto tan difícil y ellos, están aportando su parte para que así sea.
La presencia de Asotrame y la especialización en Oncoyoga de Ana Freire permiten la creación de un proyecto que, financiado por el Concello de Narón, busca aumentar la calidad de vida de las personas que están enfrentándose a esta enfermedad.
A pesar de que el taller es una cuestión más puntual, desde Asotrame se organizan cursos de oncoyoga cada año lectivo que tienen una gran acogida popular. En septiembre se llevará a cabo su octava edición. La ubicación será la misma, Samsara Integral, que dirige la citada Ana Freire.
Las clases tienen una hora de duración y se imparten los miércoles. La adaptación de la actividad permite que las personas que tengan cáncer, independientemente del tipo y estadio, puedan acudir a estas sesiones. Como indican las cifras, a pesar de que los grupos son reducidos –entre 10 y 12 personas– y que la enfermedad no siempre es permisiva con la constancia, las plazas siempre se llenan. Hasta la fecha han contando con alrededor de 60 alumnos y alumnas.