Acabó la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia con un concierto en el que las expectativas previas sobre el repertorio interpretado –“Concierto para piano y orquesta”, de Robert Schumann, y “Sinfonía Nº 5”, de Gustav Mahler– se vieron superadas con creces. Tuvimos la suerte de asistir a una auténtica lección de dirección orquestal y de sentido de la expresividad. El gran artífice de este gran momento musical fue Christoph Eschenbach, dejando claro, por si había dudas, la importancia de un buen director al frente de una orquesta. Cuando Eschenbach subió a escena y elevó sus brazos comenzando a dirigir el Schumann, los presentes nos vimos envueltos en una aureola de calidad y personalidad musical que impregnó el ambiente en Palacio, superando cualquier tipo de barrera previa de nuestras mentes, incluso las auditivas.
Todo comenzó con el “Concierto Op 54 para piano y orquesta” de Schumann. El solista, Christopher Park, se mostró como un pianista con clase e ideas, aunque algo joven para “arrancarse” con el concierto más complicado de la época romántica. El dominio del teclado de Park fue claro, algo parco en dinámica, pero asumiendo con facilidad las barreras técnicas que Schumann escribió, desde los primeros acordes en solitario, pasando por la exposición formal del primer movimiento, o la cadencia del final de este “Allegro affetuoso”. Una versión cargada de personalidad en la que Eschenbach, ayudando, pasó a convertirlo, casi, en un concierto para dos solistas.
En la segunda parte la “Sinfonía Nº 5”, de Mahler. La OSG y Eschenbach fueron desgranando la obra como si se tratase de un compendio del saber hacer en música. No es posible enumerar ni siquiera una pequeña porción de los detalles de oficio y buen gusto de Eschenbach, pero me sorprendió gratamente la capacidad de pararse y exponer con extrema claridad cada uno de los detalles de la Sinfonía sin que el conjunto del sistema perdiera fuerza, tramando una obra de inmensa arquitectura compositiva desde la suma de cada uno de sus pequeños detalles. Y otra cuestión no menos importante fue la apertura de timbre que consiguió de la OSG, sonando cada sección plena de armónicos y definición, y esto sí fue sorprendente y revelador. Por esta sala han pasado grandes directores con programas bien enfocados, pero Eschenbach marcó la diferencia. Cayendo ya el telón, tras el último acorde, el público, en pie, se arrancó con una ovación extraordinaria, como hacía tiempo que no recordábamos. Una vez más, la realidad superó a la ficción.