scar Cabana (A Coruña, 1980), que se formó como arquitecto, en un determinado momento tomó la decisión de dejar esta profesión, para dedicarse exclusivamente a ser un poeta del pincel, con el que ha cosechado numerosos premios y con el que sabe entonar hermosos cantos y elegías en gris; ya para recrearse en las avenidas urbanas que se abren a las ignotas lejanías, como ocurría en su muestra “Punto de fuga”, de 2012; ya para rendir homenaje a los espacios íntimos y a los humildes objetos que nos rodean, como hizo en 2017 con la exposición “Ejercicios cotidianos”. Ahora, con el título de “ICONOS”, trae a la galería Xerión su homenaje a la arquitectura coruñesa de principios del siglo XX que, sobre todo, bajo las pautas del Modernismo, diseñó el singular perfil urbano de nuestra ciudad; y lo hace con su personal y ya consagrada paleta de atmosféricas tonalidades en todas las gradaciones posibles del gris, desde los matices plateados, a los cenicientos y desde los blanquecino-nubosos a los plomizos. Con pincelada suelta, en la que alterna el detalle con la mancha sugeridora, crea un claroscuro de incitaciones, en las que los emblemáticos edificios elegidos parecen establecer un diálogo humanizador entre los altos y claros cielos y los espejeantes y oscuros suelos. La arquitectura de los grandes maestros que diseñaron la Casa Cabanela, la Casa Salorio, la Casa Álvarez Cebreiro, la Casa Molina, el Obelisco, La Terraza, el Palacio Municipal, el Kiosko Alfonso y todos los demás edificios que Óscar Cabana recoge en esta muestra, deviene así en uno de los más importantes ejercicios creadores para definir un espacio de cultura . Lo que hace la visión pictórica es recrear este ensueño, colocando los icónicos edificios entre luces evanescentes que convierten el cuadro en un escenario mágico, a veces casi surreal y como salido de un sueño; esta sensación se acentúa allí donde la edificación parece flotar sobre un acuoso y deslizante espejo, como ocurre con la Casa Rey, con la Casa Salorio o como la casa que se yergue en la calle Tren y la que está entre las calles del Orzán y Cordelería. Algo sutil, vaporoso y aéreo, viajero ya de lo indefinible, tiñe estas iconografías que, aún teniendo base figurativa, se abren hacia lo inexpresable y recóndito, hacia ese pálpito de lo desdibujado y de lo inasible, de lo que nace de una lírica e íntima vibración. La Coruña de Vitini, de Rafael González Villar, de Julio Galán, de Eduardo Rodríguez Losada, de Antonio López Hernández, de Pedro Mariño se convierte en la ciudad por la que vuelan los sueños pigmentados de Óscar Cabana, claroscuros húmedos sobre los que la arquitectura parece flotar ingrávida hacia los nebulosos cielos. El dibujo, que busca reproducir con fidelidad el motivo, se apoya en las abstractas vastedades de la mancha, creando ámbitos propicios para que viaje la imaginación, a lo que coadyuvan las ligeras caligrafías rojas, con las que salpica sus obras y que son como regueros nacidos de las ansias del corazón