La catedrática y escritora Julia Uceda Valiente falleció en la madrugada del domingo en su casa de Serantes a los 98 años de edad. Fue la primera mujer en democracia –en 1951 lo recibió Alfonsa de la Torre y en 1967 Carmen Conde– en ser distinguida con el Premio Nacional de Poesía (2003) que concede el Ministerio de Cultura por su obra “En el viento, hacia el mar”, uno de los poemarios con los que obtuvo el reconocimiento de la crítica tras su “redescubrimiento” entre finales de los 90 y principios de los 2000.
En este hecho tuvo mucho que ver Jacobo Cortines, exalumno de Uceda en la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla, antes de que esta iniciase su periplo lejos de su tierra de origen –Estados Unidos primero e Irlanda y Ferrol, después–. Cortines fue el que de algún modo puso a Uceda en el foco. “Cuando me hicieron patrono de la Fundación Lara y expuse el proyecto de la colección Vandalia, se me ocurrió que podía inaugurarla con esta poeta que me parecía muy interesante y muy poco conocida. Es ahí cuando publicamos la obra completa, ‘En el viento, hacia el mar’”.
El libro tuvo un éxito extraordinario, recuerda Cortines, “y Julia se convierte entonces en una voz muy potente, donde todas las poetas y especialistas la cogen como bandera, como la gran pionera, y a partir de ahí llegan los premios porque estos, como las desgracias, nunca vienen solos”.
Los libros de esta “segunda etapa literaria de Uceda” se incorporaron a un nuevo volumen que el otoño pasado vio la luz en la colección Vandalia con el título “Poesía completa”, presentado el 23 de octubre pasado en el Torrente Ballester. Habían transcurrido justamente veinte años desde la publicación de la archipremiada “En el viento, hacia el mar”.
“Ese día”, recuerda Nacho Garmendia, editor del libro, “estaba especialmente lúcida y lo disfrutó mucho”. Explica el responsable de esta última edición que hasta que la “rescató” Cortines, Uceda no era un poeta especialmente conocida, “en parte porque pasó mucho tiempo fuera”.
Ese “redescubrimiento” reveló a una autora cuya poesía, afirma Garmendia, “no se parece absolutamente a la de nadie, es singularísima. Ni de su generación ni de ninguna otra. Muy personal. Los primeros libros, aún en Sevilla, sí tienen un aire generacional, tonos existenciales, a veces de una religiosidad heterodoxa, pero después su poesía coge un vuelo espectacular y con un tono absolutamente único. Los tres últimos libros –“Zona desconocida”, “Hablando con un haya” y “Escritos en la corteza de los árboles”– son obras maestras”, resume.
Cortines, por su parte, no tiene duda de que la de Uceda será “una de las grandes voces que quedarán. No es una poesía fácil, sino bastante misteriosa, con sus interrogantes a las grandes cuestiones de la condición humana”, apuntaba ayer antes de recordar cómo eran sus clases. “Era maravilloso porque era una maestra en el análisis literario desde el rigor”, comenta, “aunque ella misma también advertía del peligro de quedarse en el provincianismo sevillano, una ciudad entonces poco abierta, y tomó el ejemplo de, muy valientemente, marcharse a la universidad en Estados Unidos, que tantos horizontes le abrieron. Allí conoció a Sender y a muchos exiliados españoles”.
Con el tiempo, concluye el director de la colección Vandalia, se acabaría convirtiendo en “una de las voces más personales, y con una mirada más rica, de su generación, la de los años 50”.
Su carácter peculiar en lo literario se prolongaba también a su faceta personal. “No era nada complaciente”, comenta Garmendia, “sino más bien al contrario. En su literatura mostró siempre su extrañeza respecto a sí misma; se plantea continuamente quién es ella realmente, y también en relación con la sociedad y el mundo, a través del lenguaje. Tenía una ironía muy fina y creo que su etapa en el extranjero le dio ese cosmopolitismo que es precisamente de donde nace su mejor poesía. Con una personalidad muy marcada, fue crítica durante el franquismo y también en democracia, poco complaciente con el poder”, concluye Ignacio Garmendia.