No me resisto a publicar mis recuerdos del 23F de 1981 en el Regimiento Mixto de Artillería num. 2 de Ferrol. “Aquel día 23 de febrero de 1981, tras comer en mi domicilio de Plaza de España nº1, el edificio más conocido en Ferrol como “Hollywood”, con toda tranquilidad, y viendo en el telediario las noticias acerca de la próxima investidura del futuro presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, nada presagiaba los acontecimientos que, de nuevo, extremecerían a España, y habríamos de vivir, con angustia, la mayoría de los españoles.
Mis dos hijos pequeños, de cinco y tres años, Vicki y Rafa, tras salir del colegio “Belén”, sito en la calle Galiano, acompañados por su madre, nos pidieron a ambos ir a jugar con sus primos, a casa de mi hermana, situada también en la Plaza de España número 12-13, que eran las viviendas de oficiales de la Armada. Estábamos tomando café y viendo la tele cuando, de pronto, la pantalla “fundió a negro” y comenzaron a sonar marchas militares. La cosa no pintaba muy tranquilizadora, que digamos, y le dije a mi mujer:
—Ponle los abrigos a los niños, que nos vamos a casa…
Creo que apenas crucé algunas palabras de despedida con mi hermana y mi cuñado. Recuerdo que éste último estaba dando clase de matemáticas a mi sobrino Jesús. A toda prisa recorrimos los escasos metros que separaban nuestros domicilios en la Plaza de España. Ya en mi casa, comencé a preparar la bolsa de viaje que utilizaba cuando entraba de oficial de semana en la Baterías de Costa, con un neceser, un pijama y varias mudas, al tiempo que empezaba a ponerme el uniforme de campaña verde-caqui. Me estaba calzando las botas altas de cordones cuando sonó el teléfono de la mesilla de noche de mi habitación.
Rápidamente descolgué el auricular y al otro lado del hilo escuché la voz del telefonista de servicio del Regimiento, que me decía:
—Mi teniente, le paso con el oficial de guardia…
Al instante oí la voz del teniente José Ruibal Pereira, un oficial coruñés, muy simpático y agradable, que estaba de servicio aquel día y me dijo:
—Permuy, han tocado generala… de orden del Capitán de Cuartel, que te incorpores rápidamente.
—Ya estoy prácticamente listo… salgo ahora mismo para ahí…
Me ceñí al cinto la pistola reglamentaria, en su funda, y puse en la bolsa unas cajas de munición extra. Mi casa apenas distaba doscientos metros del Baluarte del Infante, acuartelamiento de la Plana Mayor y la 14ª Batería de Servicios del Regimiento Mixto de Artillería nº 2, por lo que llegué en un instante y allí me presenté al Capitán de Cuartel, y creo recordar que era José (“Pepete”) Lorenzo Esperante, quien ordenó que los oficiales y suboficiales marchásemos, cuanto antes, a nuestras respectivas baterías, situadas en diversos lugares de la costa de Ferrol.
Mi destino era en aquel entonces la 3ª Batería de cañones Vickers de 381/45, sita en Cobas, y que se denominaba B-3 (Prior Alto). Una vez reunidos los mandos de la 2ª y 3ª Baterías, ambas ubicadas, como digo, en el Cabo Prior, salimos en una pequeña furgoneta hacia allí. Todavía no había anochecido cuando salimos. Dejamos, en primer lugar, a los compañeros de la 2ª Batería (Prior Bajo), de cañones Vickers de 152,4/50, y nosotros ascendimos hasta lo alto del Cabo, donde se situaba nuestra unidad artillera. Estábamos entonces destinados en la Batería B-3, un capitán, dos tenientes, dos brigadas, un sargento y varios cabos primeros, como cuadros de mando, y alrededor de medio centenar de artilleros, entre cabos y soldados. El capitán que la mandaba, en aquellos momentos, César Sellero, estaba ausente, no recuerdo por qué motivo.
La guardia de prevención en la batería, estaba constituida por un cabo y cuatro soldados, con un único centinela en la barrera de entrada a la unidad. Por la noche se montaba un refuerzo móvil, que realizaba rondas aleatoriamente, al mando del cabo de refuerzo. Mi compañero, el teniente Avelino (“Lino”) Pereda Jiménez-Pajarero, era una persona excelente, y teníamos una gran amistad, compañerismo y muchas inquietudes culturales, sociales, militares y políticas, que nos unían muchísimo. Se daba, además, el caso singular de que su padre, el comandante Manuel Pereda Ruiz de Azúa, cuando yo era un joven aspirante a alférez en el RAMIX nº 32 de Melilla, había sido uno de mis jefes de Grupo.
Yo era el oficial más antiguo pero, en aquella ocasión, ejercimos una especie de mando colegiado. El pobre de “Lino” fallecería unos pocos años más tarde, siendo todavía un capitán muy joven. ¡Que la tierra le haya sido leve! Nada más entrar en la Sala de Oficiales le pregunté:
—”Lino”, ¿tú qué piensas de todo esto…?
Sin perder un segundo me respondió:
—Se trata de un golpe de estado militar, que intenta subvertir el orden constitucional…
—¿Y cuál va a ser nuestra postura…? Supongo que piensas como yo... Tenemos que ser fieles a nuestra Constitución, que hemos votado y jurado, así como cumplir con las leyes vigentes… No cabe la rebelión militar cuando la democracia es tan joven…
—Por supuesto, Rafa… pienso como tú…
No comentamos nada más y dimos por sentado que los suboficiales y los cabos primeros se mantendrían fieles a nuestras órdenes. Dimos instrucciones para que la tropa se equipase reglamentariamente, con el armamento y correaje, que fuese municionado convenientemente, y que después formase ante el cuartelillo donde pernoctaban, situado algo más abajo que la explanada de la Sala de Mandos, además del comedor y la cantina de tropa. Una vez formados, les hablamos, no recuerdo por qué orden de intervención, diciéndoles que nuestra obligación, como militares, era la de permanecer fieles a la Constitución y a la legalidad vigente, que estuvieran tranquilos y que confiasen en sus mandos. Después, ordenamos al Cabo 1º de Semana que se acostasen vestidos, con el armamento al lado de la cama, y nos retiramos. Ni siquiera doblamos la guardia.
Ya en la Sala de Mandos, al lado de la chimenea encendida, y con el transistor en la oreja, íbamos escuchando, a través de la emisora SER, los acontecimientos, con el alma en vilo. El silencio era casi cortante y observamos algunos signos, casi imperceptibles, de inquietud entre los tres suboficiales, cuando nos enteramos del Bando declarando el Estado de Guerra del general Jaime Miláns del Bosch y que los carros de combate de la División Motorizada “Maestrazgo” nº 3 recorrían las calles de Valencia. Pero no fue una gran alteración de espíritu y solo hubo algún comentario inquieto. De vez en cuando, estábamos pendientes de la televisión, por si recobraba su emisión normal.
Ya de madrugada, recuerdo que estábamos en la cantina tomándonos un café “Lino” y yo, vimos el busto parlante de periodista de TVE, Iñaki Gabilondo, con cara algo desencajada, que nos informó de una importante noticia: el Rey Juan Carlos I iba a hablar. Cuando lo hizo, con aquel gesto y aquellas palabras ordenando a los Capitanes Generales la retirada de las unidades de la calles y de los centros oficiales ocupados, creo que todos respiramos con alivio. Todos nos dimos la mano y sonreímos, más relajados. La cosa se normalizaba...
Bajamos al dormitorio de tropa y comunicamos la buena nueva... Los artilleros también expresaron, espontáneamente, su estado de ánimo con un grito de alegría… Dijimos que entregasen el armamento, volviesen a acostarse vestidos, pero que podían quitarse las botas… Ya en la Sala de Mandos, nos hicimos una fotografía, tomada aquella misma noche, que guardo como oro en paño, respiramos tranquilos, y ¡al fin, pudimos esbozar una sonrisa…! Ahí os la dejo, amigos lectores, la de “Lino” y mía, con cara sonriente…
Y, a veces, me pregunto… ¿Qué hubiera pasado, con “Lino” Pereda y conmigo, si la intentona de Tejero, Miláns y Armada hubiese triunfado…? Nunca lo sabremos, aunque yo lo sospecho... Afortunadamente no triunfó,… no hay respuesta, y aquí seguimos para contarlo. Y esas fueron mis vivencias personales y directas de aquel nefando día".