Al ver que el centro de la ciudad ya no es el lugar que Sarao necesitaba, Laura Freire, Néstor Da Silva, Dhalí Illingworth y Miguel Ángel Muñoz, decidieron moverse hacia un espacio más grande que les permitiera expandir la actividad artística un paso más allá, eso sí, dentro de Ferrol.
La inauguración de la nueva galería artística de Sarao Studio en su local de Catabois tuvo lugar durante la jornada de ayer. Un día maratoniano para los de la galería. En este nuevo espacio se dió el pistoletazo de salida a una exposición de neorrealismo y neocostumbrismo, con representación de más de veinte autores de todo el panorama nacional. Algunos ya son referentes y otros, sin embargo, se están estrenando. Así, el nuevo local se convierte en un epicentro cultural ineludible para todo aquel que tenga cierta inquietud.
La inauguración –además de la muestra, “Almacenamiento casi lleno”– contó con un mercadillo en el que se podia adquirir tanto producto textil como de papelería, así como de una clase de yoga y meditación, tres talleres –uno de cerámica otro de "sketch" y, por último, uno de pinuta infantil– y dos “performances”. A las 18.30 horas tuvo lugar el concierto del saxofonista Fausto Escribas y cerró la jornada la intervención poética de Nuria Vill, a la que compaño Yamini con micrófono abierto.
Los cuatro de la galería hacen memoria y, al recordar su estancia en la calle Real y ver el nuevo espacio tienen claro que “Sarao siempre se pensó así”. “Este va a ser el punto de partida. Lo que hemos hecho hasta ahora ha sido una preparatoria para poder tener un lugar así de grande y llevarlo con cierto nivel”, comenta el equipo. Ahora que ya cuentan con una experiencia previa, el nuevo local les permite aprovecharla y, a su vez, darle un espacio a la red de artistas que han creado gracias, sobretodo, a las redes sociales.
Cambia la ubicación, pero no la esencia. La galería siempre va a tener una exposición, pero ahora los objetivos son más amplios, ya que, como avanza el equipo, quieren que este nuevo espacio también sirva como punto de encuentro para realizar todo tipo de actividades. “Buscamos que haya un par de eventos al mes”, comentan; y, estos, tendrán temáticas diversas como pueden ser el teatro, la poesía o la danza. “Ahí es donde queremos que la gente nos busque y nos traiga sus propuestas”, explican. La dirección del espacio, la gestión de las exposiciones y el trabajo personal les hace buscar esa cooperación con otros que compartan su misma visión.
La libertad, el amor y las ganas que tiene el equipo no pasaron desapercibidas entre los artistas, que no dudaron en agradecer y valorar el trabajo de Sarao.
Marta Qin (China,1999) presenta una obra cruda, dura, y real como la vida misma. En parte, sus lienzos son una autobiografía pero ella, que es de semblante crítico, no deja pasar los detalles más escabrosos de, sobretodo, su proceso de adopción. “Renegaba de la cultura china”, confiesa la pintora, y tampoco la entendía; esto, a su vez, en relación con los círculos que la rodeaban, generaba una incompresión. “He descubierto que con la ayuda de la pintura me está siendo más fácil llevar este proceso”, explica. En la actualidad, su obra se centra en episodios de su infancia o, como ella misma dice, “entender qué me pasaba”. Para que estas pinturas tomen forma, Qin confiesa que son los recuerdos fotográficos familiares los que hacen de musa. “Miro las fotos y cuando una consigue transmitirme algo decido intervenirla”, como es el caso de “Puta china de mierda vete a tu puto país”, en el que una fotografía personal se solapa con los insultos que ella misma recibió. Con este título, la madrileña busca reivindicar uno de tantos episodios a los que se enfrentan las personas racializadas.
Los lienzos son variables, como demuestra Martín Núñez (Valdoviño, 2001). El artista local apuesta por los elementos más comunes, como pueden ser las señales de tráfico, como base para una obra en la que se suceden los retratos de las figuras más relevantes dentro de su ámbito personal. Esta fusión es “una exploración del sorpote” en la que se busca dejar atrás el lienzo, apostando por “elementos encontrados”. Esto se traduce en chapas callejeras –que pueden estar previamente intervenidas– en las que predomina una pincelada con huecos que permite ver y distinguir los fondos. El autor expone que en esta “obra inacabada” tiene una gran influencia del arte urbano ya que Núñez siempre ha sido fiel a la cultura “undreground”. “Trabajo la democratización del retrato para dejar atrás la asociación que tiene con los reyes, los nobles y la riqueza”, comenta el artista. “Cambiar al aristócrata por mi padre, por mis amigos”, esa fue la premisa. Su obra fusiona algo muy clásico, como es el óleo, con elementos encontrados “pertenecientes a la calle” y, así, consigue una sinergia que, además de poner en valor a sus allegados, es reivindicativa.
El costumbrismo se cuela entre los pinceles –y también la lente– de Aitor Silla (Valencia, 2003) que, en este espacio, se estrena fuera de su comunidad. Él, con su cámara al hombro, se centra en los pequeños detalles y, muchas veces, es de ahí de donde se nutren sus lienzos –aunque también hay cabida para la inspiración literaria–. Hay veces, sin embargo, que la foto “no transmite lo suficiente” y es, en ese momento, en el que el valenciano decide llevarlo al plano pictórico, ya que en la importancia, para él, juega un papel fundamental la pluralidad. “Me gusta mucho el instante, el momento”, comenta el artista que, a su vez, compagina estos segundos con otros que le resultan entrañables o nostálgicos. La cotidianeidad también tiene cabida dentro de su obra, y recurre a “situaciones en las que estamos muy en automático”, en las que, en ocasiones, se nos disuelve la capacidad y valor del presente. “La pintura tiene un trasfondo, requiere pararse un tiempo en ciertas acciones y llevarlas al presente –reflexiona– en ocasiones estamos muy perdidos en un futuro o centrados en el pasado”. Una primera vista a su obra no es suficiente para un juicio.
“Es al azar. Vas haciendo y te das cuenta del sentido que tiene”, comenta Irene Remón (Valencia, 1994). Las ideas de base siempre están, pero la forma final, muchas veces, dista de esa imagen que parecia que iba a ser la definitiva. La potencia de los colores, la definición de la imagen a través del óleo, los juegos de luz. Todo esto y más tiene cabida dentro de su pintura –que ya es la segunda vez que se expone en la ciudad naval–. Su obra nace de una infancia en un hogar desestructurado que la llevaron a ver a su tía y primos como “la imagen de que la infancia segura existe”. Sin cabida para las tristezas, en sus lienzos se ensalza a estas figuras, otorgándoles un valor más que merecido. “En vez de caer en lo negativo, gracias al amor, pude aprender a ver otra parte de la vida”, confiesa la valenciana. Ella empezó a pintar desde muy pequeña, siempre había querido dedicarse al arte, pero su situación no se lo permitió y acabó cursando los estudios de Medicina. Al acabarlos dijo no. Volvió a empezar y entró en Bellas Artes. Ahora su obra viaja de galería en galería y, de alguna forma, también su historia.
“Empecé con lo que tenía por casa”, confiesa la de Valencia. Primero fue el dibujo, después con unas acuarelas, y el óleo llegó cuando comenzó su formación profesional en la disciplina; como Alba San Jaime (Valencia, 2003) asume, “cuando me compré unos pinceles buenos”. Su obra –que pisa por primera vez una galería– se basa en la pintura figurativa en la que se refleja, como explica la autora, “un medio de entender el mundo”. En sus cuadros cobra una especial relevancia el individuo y la figura humana; como ella misma expone, con esta obra se busca “indagar a través de la representación”. Los lienzos que están en la galería forman parte de una serie sobre el entorno festivo con la que buscaba “entender”. Esta secuencia de óleo sobre trabla se llama “Máscaras del caos” y en ella ha intentado representar esas diversas caretas o disfraces que, en el día a día, “se pone la gente en función del conexto”. La noche, la música, el alcohol, el ruido y la multitud hacen que se “despliegue una personalidad individual que, en otro entorno, no se conocería”. Su obra representa una reflexión vital acerca de los círuclos sociales, la personalidad y los contextos.
El toledano Jean Dobleg confiensa que cuando comenzó a estudiar Bellas Artes estaba convencido de que había cometido el peor error de su vida. La idea, si echa la vista a aquel primer año de facultad, era dedicarse al mundo del cómic y “nunca coger un pincel”, pero uno de sus docentes le insistió para que fuera un paso más allá dentro de su proyecto artístico. Desde el útlimo año su obra ha crecido, inspirado por otros de su generación que estaban consiguiendo triunfar en el mundillo y “al final hago lo que me gusta y lo que el cuerpo me pide hacer”, expone. Sus cuatro anteriores exposiciones han sido en Madrid pero asume que la de Ferrol es especial. “Hay que cambiar la idea de que todo gire en torno a la capital”, asevera el pintor, quien no duda en elogiar, asimismo, el valor de la ciudad como escaparate. En su obra se suceden ciertas imágenes cotidianas, pero no valoradas. Son aquellas que “estamos viendo constantemente en nuestros pueblos, pero que si se descontextualizan, se cae en la idea de que es una imagen americana”. La influencia del cine o las redes sociales son un elemento clave para entender esta “fotografía cinematográfica hecha pintura”