Los buenos amantes de la literatura de detectives que disfrutan con personajes como el Holmes de Conan Doyle o el Dupin de Allan Poe conocerán al tío Abner, una de las creaciones –seguramente la más lograda y, sin duda, la que mejor ha resistido el paso del tiempo– de Melville Davisson Post, autor que recupera la editorial Siruela en el volumen titulado “Un detective en Virginia”, en el que se reúnen 18 de sus mejores casos.
Habrá también quien no conozca a este personaje de férreos principios y moral cristiana que no desiste de ninguno de los casos que se le plantean, ambientados todos ellos antes de la Guerra de Secesión en un territorio, Virginia, alejado de los escenarios más recurrentes de las grandes ciudades. El tío Abner –es su sobrino el que nos acerca sus casos– es un justiciero implacable que no flaquea y no se rinde y que es capaz de resolver, aun cuando todo parece un callejón sin salida –“El misterio Doomdorf” que abre el volumen es un ejemplo–, las situaciones más complejas.
Hay en Abner una línea moral y religiosa muy marcada, un carácter buscado por Davisson Post que, sin embargo, no enmienda los planteamientos –los métodos deductivos y el conocimiento de la ley y las costumbres– con los que resuelve los casos. El autor era muy consciente de que este género –del que forma parte de la segunda generación– tiene unos códigos y unas normas que, con mayor o menor sofistificación, hay que respetar para no cuestionar la inteligencia del lector.
Sabía eso y sabía también que siempre funciona mejor la rectitud –el lector busca siempre la lógica y la razón incluso en los episodios más trágicos y truculentos para mantener su mundo en orden– de un detective irreprochable desde el punto de vista ético y moral –aunque no sean los nuestros– que un abogado sin escrúpulos como Randolph Manson, otro de los personajes que merece un volumen aparte. Acérquense a Davisson Post: pasarán un buen rato, activarán ese rincón del cerebro en el que escondemos los mecanismos de la deducción y la lógica y, además, porque disfrutarán de una edición –otra más– intachable de Siruela.