Thomas de Quincey vivió a caballo de los siglos XVIII y XIX y, como sabe muy bien el lector, fue un escritor que no le hizo ascos al periodismo... o al revés. Tampoco le hizo ascos al opio, como confesó en parte de su autobiografía, y la verdad es que el opio no logró mermar su inteligencia, ni su preparación rigurosa. Está documentado que su preceptor le obligaba a que tradujera al griego los titulares que publicaba el periódico de la mañana, circunstancia que formó parte de mi admiración hacia él, porque las faltas de misericordia siempre me han conmovido profundamente.
De su abundante ingenio en ‘Del asesinato considerado como una de las bellas artes’ hay una frase, tan irónica y surrealista, que se ha convertido en una de sus sentencias más populares: “Se empieza por el asesinato y se termina por no ir a misa los domingos”. Y me he acordado de esta muestra de subversión de la lógica, al comprobar las corrupciones contemporáneas, las cuantiosas malversaciones y los preocupantes síntomas que le rodean.
Los últimos informes de la UCO vuelcan sospechas, otra vez, por una subvención de más de 400 millones de euros a una empresa de vuelos aéreos, en medio de un pozo de corrupción, donde se mezclan el alquiler de ‘samaritanas del amor’ con su pago en sueldos públicos, a costa de los contribuyentes. Dirán que es más importante la posibilidad de malversar más de 400 millones de euros, que una nómina, pero lo que me asusta es que esas contrataciones pasaron por jefes de personal, directores, gerentes, incluso sindicatos, sin que nadie se quejara. Que un ministro sin dignidad intente que sus placeres lujuriosos los paguen los contribuyentes no me escandaliza, dado el nivel ministerial que hay ahora en España, pero me espanta la servidumbre, el silencio, la cobardía de tantos ciudadanos que admiten esa irregularidad, siendo conscientes de que eso es una pequeña estafa.
Y no me refiero sólo al empleado que teme por su nómina, sino a esos mandos intermedios, con aseados servicios públicos y profesionales, que se convierten en cómplices de la estafa. Porque si no hubiera tanta mansedumbre, tanto egotismo deshonesto, esas malversaciones no podrían llevarse a cabo. Y, claro, llegará un momento en que lo corruptos que saquean el dinero de todos, aparquen en sitios prohibidos, o no vayan a misa los domingos, esas actuaciones que a De Quincey le hubieran escandalizado.