La serpiente de verano de este agosto se llama Sánchez. O Puigdemont

Resulta difícil, incluso en un país políticamente tan agitado como el nuestro, encontrar un calendario tan denso como el que nos espera. ¿Recuerdan cuando agosto era un mes en el que todo el mundo estaba como ausente, descansando, y los periódicos tenían que inventarse monstruos del lago Ness y serpientes varias de verano para hacer titulares? Pues ahora las serpientes de verano son, por ejemplo, el viajero a La Moncloa juez Peinado o el quizá próximo preso Carles Puigdemont, quién podría saberlo. O, mejor, el hombre por el que todas las cosas que ocurren pasan. Va a haber noticias. Y muchas. Estas:


El Gobierno central y Esquerra Republicana de Catalunya anunciarán un acuerdo que aún nadie conoce por dónde discurrirá. Quizá en este instante ni los propios negociadores lo sepan del todo: ¿concierto a la vasca, consorcio tributario, concurrencia, competencia, concurso? Ya verá usted, ya, cómo todo se envuelve, como siempre, en la niebla de la semántica para despistarnos aún más. Y la agostidad siempre favorece el despiste ciudadano, eso ya se sabe desde siempre.


Pero el caso es que la Generalitat catalana acabará siendo la que recaude los tributos en su totalidad, ERC quedará semi satisfecha -siempre pedirá más-, convencerá a las bases para que voten ‘sí’ a la investidura de Illa y, quizá tan pronto como en la segunda semana de agosto, el ex ministro de Sanidad se convertirá en nuevo molt honorable president de la Generalitat de Catalunya, ya veremos con qué Govern y a qué precio: sospecho que ni Macron tiene tantos problemas para cohabitar en Francia con el frente popular como tendrá Illa para batallar con la jaula de grillos de Esquerra.


Y, encima, con la hostilidad abierta de Junts, que esa es otra. Lo que pasa es que Junts estallará de un modo u otro en cuanto Puigdemont pise tierra catalana, o sea, española, sea detenido, es decir, brevemente retenido, y se acabe el mito del fugado. Porque no podrá, con su llegada rocambolesca al Parlament a través de un túnel secreto y a pesar del follón que se va a montar, impedir la investidura de Illa. Tengo para mí que lo de Junts no irá demasiado bien y Sánchez dejará en la cuneta otro enemigo, que en un momento determinado fue amigo tras ser previamente el enemigo al que se iba a meter en la cárcel (eso era antes de las elecciones del año pasado, claro)... Ni Le Carré podría haber imaginado un guión semejante para sus novelas.


Sánchez, que, si nadie lo impide –debería impedirlo alguien, pienso-, declarará en La Moncloa ante el juez Peinado a las once de la mañana del martes, siendo grabado oficialmente, necesita el triunfo de Illa para estabilizarse. Sacará pecho como si él hubiera sido el investido como president de la Generalitat. El jefe del Gobierno central se ha lanzado a una marcha frenética: de Barcelona a Euskadi, de allí a... ¡París para estar en los Juegos Olímpicos con la camiseta roja!, el propio martes irá a Mallorca a despachar con el rey y quizá, luego, si no tiene otros planes secretos, a descansar a Doñana.


Que buena falta le hace, me parece. Porque, por mucho síndrome de Hubris, el del gobernante altivo, que padezcas –o goces—, por mucho Falcon que te acoja, por mucho que te aplauda la vicepresidenta primera, no hay nadie, nadie, que pueda mantener la serenidad de sus decisiones en tan continuo maremoto. Y Pedro Sánchez sigue siendo aquel personaje por el que, incluso en agosto, todo pasa. Todo, menos las medallas olímpicas; y eso, de milagro, que allí estará él para la foto con los laureados.  

La serpiente de verano de este agosto se llama Sánchez. O Puigdemont

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