El factor humano

Los cambios económicos se han acelerado, ha crecido la globalización de la economía y la interdependencia entre las naciones, la natalidad está bajo mínimos en los llamados países desarrollados, la conciencia ambiental y ecológica, con todos sus problemas, todavía es una ilusión en bastantes latitudes, la brecha social sigue medrando, y el avance tecnológico ha sido meteórico. Muy bien. Pero, ¿ha crecido la sensibilidad frente a la persona humana ?, ¿son las políticas públicas directrices de acción para promover el libre y solidario desarrollo de los seres humanos ?, ¿es el espacio público ejemplo y espejo del ethos de los valores democráticos?.


En este marco, se está cumpliendo la terrible profecía lanzada en 1985 por el Club de Roma en su informe anual: “podría haber un brillante y satisfactorio futuro si la humanidad tiene la sabiduría de avanzar y enfrentarse a las dificultades que le acechan y, si no lo hace, una lenta y dolorosa decadencia se producirá”. Es cierto, el gran reto se encuentra en hacer una sociedad más humana, aprovechando toda la creatividad que sea posible, y apostando de verdad por una educación y una enseñanza en los valores humanos, que sea de calidad y que ayude a la verdadera transformación de la sociedad. La Ética, por tanto, como ciencia, se enmarca en estas consideraciones, y proclama una serie de criterios, derivados de la recta razón, para la conducta, para el mejor comportamiento de las personas. Como Ciencia docente, la Ética debe tener como prioridad absoluta el pleno desarrollo de todos los hombres en un contexto de solidaridad, de paz, de libertad responsable, de participación, de equidad, de verdad, de diálogo y de trabajo.


A finales del siglo pasado, tampoco hace tanto tiempo, la revista norteamericana The Public Interest -1993- publicaba un interesante estudio de la profesora Sommers, catedrática de filosofía entonces en la Clark University, sobre la función de la enseñanza de la Ética. Entre otras cosas, esta profesora señalaba que la responsabilidad de los profesores va más allá de informar sobre las diversas teorías éticas y hacer que los alumnos desarrollen sus habilidades dialécticas: “he llegado a convencerme -escribía- de que el método de los dilemas carece de fuerza constructiva (...), en un dilema no es evidente qué está bien y qué está mal, qué es vicio y qué virtud, un dilema puede atraer intelectualmente a un alumno, pero apenas mueve sus emociones y su sensibilidad moral (...), la mayor parte de los alumnos se sienten naturalmente atraídos por la idea de desarrollar una personalidad virtuosa (...).” La profesora Sommers confiesa en su artículo que buena parte de sus conclusiones fueron motivadas al escuchar de labios de sus alumnos de primer curso una típica formulación relativista: “la tortura, matar de hambre o humillar puede estar mal para usted o para mí, pero ¿quiénes somos nosotros para decir a otros qué está mal?” Gran pregunta cuya respuesta tampoco es tan difícil.


La profesora Cortina se pregunta en un reciente artículo cómo se preguntaban los griegos, si la virtud puede enseñarse. Es decir, ¿es posible enseñar a alguien a ser justo, honrado, bueno?. Para mí la contestación es positiva. Como bien recuerda esta profesora, “si otros seres nacen con unas formas de conducta clausuradas, guiadas por los instintos, los seres humanos tendríamos la capacidad, a diferencia de ellos, de ir adquiriendo un segundo carácter, una segunda naturaleza. Y este cambio se iría produciendo tratando de adquirir hábitos buenos (virtudes) y evitando los malos (vicios)”.Es muy sencillo: cultivar los valores verdaderamente humanos y realizarlos en la cotidianeidad. Algo que, por lo que se ve, no tiene tantos seguidores en un mundo dominado por el consumismo insolidario, la obsesión por el mano y por la fama y la notoriedad.

El factor humano

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