Los yerros no son exclusivos de la izquierda. En 1930, el conde de Birkenhead escribió que en el año 2030 la India seguiría bajo dominio británico y que no habría más guerras, pues “ninguna nación será capaz de afrontar la destrucción del área industrial de un enemigo”. Nueve años después, estalló la Segunda Guerra Mundial. Parecido mentís recibió la novela 1984 de George Orwell. Describía un mundo sojuzgado por totalitarismos omnímodos que vigilaban a sus ciudadanos a través de los televisores instalados en cada vivienda. Pero llegó el año 1984 y resultó que la democracia liberal campaba a sus anchas en casi todo el orbe. La profecía de Orwell tuvo cumplimiento únicamente en clave esperpéntica, en el programa Gran Hermano, cuyos concursantes exhibían su intimidad a la audiencia dentro de un recinto atestado de cámaras.
Los yerros de 1984 remiten al otro gran imprevisto, el fin de la Unión Soviética. Ni la CIA ni las demás agencias de inteligencia anticiparon el macroevento que modificó la historia mundial. Ni los autores de The Global 2000 Report imaginaron el siglo XXI sin la súper potencia socialista. La perspicacia del espionaje y de los sovietólogos quedó en entredicho.
En 1954, el presidente de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos dijo que la fuerza del átomo generaría electricidad tan barata que costaría más medirla que producirla; y que reverdecería los desiertos, abriría las montañas y curaría a los enfermos
Algunos incumplimientos se agradecen. En los años ‘60 pocos dudaban que, si la humanidad llegaba al siglo XXI, lo haría cubierta por una capa de escombros radiactivos. Por fortuna, no llovieron bombas H sobre nuestras cabezas, pero tampoco se concretaron las promesas de la Era Nuclear. En 1954, el presidente de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos dijo que la fuerza del átomo generaría electricidad tan barata que costaría más medirla que producirla; y que reverdecería los desiertos, abriría las montañas y curaría a los enfermos. Harold Stassen anunció “un mundo donde no se conocería el hambre ni las enfermedades (…) donde las tareas del hogar se resolverán apretando unos botones (…) donde nadie tendrá que alimentar una caldera ni maldecir las emisiones, donde el aire estará fresco como en la cima de una montaña y los efluvios de las fábricas olerán como una rosa”.