os coruñeses perdemos la vida en el Puente Pasaje y en Alfonso Molina. Y no me refiero a que sean puntos negros con una tasa alta de siniestralidad; hablo de los atascos infinitos que hacen que la vida se nos escape in itinere.
Dice la estadística que invertimos una media de 40 minutos al día en desplazamientos entre nuestra casa y el trabajo. Una cifra que se ha duplicado en la última década.
Pero la estadística es fría e inexacta. Está muy bien para hacernos una idea de por dónde van los tiros, pero nada más.Tengamos en cuenta que se trata de una ciencia sometida a un parámetro tan inestable como el “intervalo de confianza”, por no hablar del diseño de la muestra y de mi nula confianza en que todos los individuos que finalmente son preguntados digan la verdad o, sencillamente, recuerden en ese momento las congestiones que han padecido en el último año.
Los que vivimos en el área metropolitana y trabajamos en Coruña nos comemos atascos a cascoporro. Sí, pillamos atascos a dolor, neno. Atascos de los grandes, además. De los que se pueden comparar con los de ciudades con muchísima más extensión y habitantes. De los de terminar la lista de reproducción de Spotify. De los de tardar 40 minutos o más en atravesar los 225 metros del Puente Pasaje. De los de llegar una hora tarde al trabajo o a dejar al niño en el colegio.
La cosa no mejora en el carril de enfrente. Ayer mismo me quedé 20 minutos atrapada en Alfonso Molina, en sentido salida de la ciudad, por un choque en cadena con cinco vehículos implicados. Y eso que no cogí lo peor, porque, por lo que he podido leer, el embotellamiento llegaba a Juan Flórez, las rondas y Linares Rivas.
En definitiva, si me pongo a sumar las retenciones debidas a accidentes, obras, eventos deportivos, días de lluvia o temporal y protestas de diversos colectivos, los 40 minutos al día se me quedan muy muy escasos. Y, desde luego, no soy la única a la que le pasa.
Uno de los problemas de base es la ineficacia del transporte urbano. Dentro de un rato tengo que ir al colegio de mi hija desde mi trabajo. Son 4,5 kilómetros. Según Google Maps, llegaré en 8 minutos en coche. Si quiero ir en bus, tengo que hacer transbordo en Cuatro Caminos. Si los dos autobuses son puntuales, tardaría 48 minutos; 40 más que en mi coche y solo doce menos que si voy andando. No hace falta mucho análisis: es, sencillamente, demencial.
Y aún sería mucho peor si, tras recoger a mi hija, quisiese llegar desde su colegio hasta mi casa. Ahí, la mejor opción es caminar rapidito (un poco más de un kilómetro cuesta arriba, por una calle sin aceras y con espacio apenas para un coche, en 15 minutos) para coger el bus que, eso sí, es directo. Me llevaría 38 minutos más. 78 en total, casi una hora y veinte. Estaremos de acuerdo en que sobran las palabras. Está más que claro que el transporte urbano no es una alternativa.
Fallan las frecuencias. Faltan líneas que unan distintos puntos de la ciudad o, todavía mejor, del área metropolitana. No existe un carril bus que permita que el transporte público sea más rápido. Y la capacidad del Puente Pasaje e, incluso, de Alfonso Molina es claramente insuficiente para asumir el tráfico de las horas punta. Y digo esto último con miedo, que vivo en Oleiros y he sufrido durante años las obras de la rotonda del Sol y Mar…
No hay nada que hacer, así que voy a apagar el ordenador y a salir ya. En lo que llego al coche me da tiempo de seleccionar la playlist de Apple Music que quiero que le ponga la banda sonora a este trayecto. Dudo si empezar por el Drive my car de los Beatles o por On the road again, de Willie Nelson.