Naia Lambert de fondo, el suave baile de mis dedos por el teclado del ordenador y después, el silencio. La música como hogar y como inspiración. La música siempre presente en mi vida.
Cierro los ojos, antes de seguir escribiendo. La memoria me lleva hasta los canturreos con sabor a copla de mi abuela Dora mientras colgaba la colada o preparaba la comida, los silbidos de mi abuelo Pepe subiendo los cinco eternos pisos de Pardo Bazán, las fiestas del veraneante en el Murias de Paredes de mis abuelos paternos, la banda municipal, las orquestas de sesión vermú a la salida de misa y las tardes con las primas al ritmo que marcaban con sus “pick ups”. Más tarde llegaron mis propios vinilos donde se mezclaban Miguel Bosé con Luis Eduardo Aute o Cat Stevens con Charly García. Descubrí la ópera en directo en el Teatro Solís de Montevideo, y el tango en El Viejo Almacén de Buenos Aires. Por supuesto que en mi adolescencia me dejé abrazar por el rock argentino, el pop español, los Rollings y los Beatles (más por estos últimos) y un sinfín de música francesa, cuyas letras sacaba directamente de los cassettes “play-rewind-play” y traspasaba a cuadernos que todavía guardo en el trastero.
Recuerdo mi primer musical, Hair, con unos 12 años. Luego vinieron muchos otros en España y en las visitas a Londres o Nueva York. Muchos otros hasta el fin de semana pasado que fui con amigas a ver “Priscilla, Reina, del Desierto” y llevamos a su hija. Igual que mi padre a mi hermano y a mí, sin censuras y a descubrir la vida. ¡Cuánto nos reímos y qué ganas de bailar!
La música siempre presente en mi vida. A veces refugio emocional para arroparme en momentos de bajón, otras, aliciente para acelerar y moverme. De la melancolía a la euforia. De la calma a la marcha. Del recuerdo al descubrimiento.
Es curioso cómo, sin importar la situación, suele haber una canción que nos acompaña. Puede ser aquella que nos hace recordar momentos felices o la que nos escolta cuando no encontramos las palabras adecuadas para describir lo que sentimos. La música tiene la extraordinaria habilidad de dar voz a lo que, en ocasiones, las palabras no pueden expresar. La música como espacio común de encuentro con uno y de encuentro con otras personas.
No solo en el plano emocional y cultural, la música también tiene un impacto físico. Numerosos estudios científicos han demostrado que escuchar música puede cambiar nuestro estado de ánimo, regular el ritmo cardíaco y mejorar nuestra salud mental. La música tiene el poder de estimular partes del cerebro que otros estímulos no pueden alcanzar. Cuando escuchamos una canción que nos gusta, el cerebro libera dopamina, el neurotransmisor asociado al placer. No es casualidad que escuchemos nuestras canciones favoritas en bucle; estamos literalmente enganchados a las sensaciones que nos provocan.
La música es mucho más que un mero entretenimiento. Nos conecta. Así que la próxima vez que pongas una canción, detente un momento, cierra los ojos y permite que la música haga lo que mejor sabe hacer: recordarte que, en el fondo, todos estamos conectados por las mismas notas
Y ojalá, como decía Bono: “La música puede cambiar el mundo porque puede cambiar a las personas”.