Se cumplen cinco años del inicio de la pandemia y observo a la peña más movilizada que en aquellos terribles días de muerte y desolación civil. Días en los que, mientras unos perdían la vida, otros, sus más elementales derechos. No tiene comparación, lo sé, el fallecimiento biológico, en esas condiciones y en ese número, rebasa lo soportable. Pero esa realidad no impide ofrendar los fenecidos derechos civiles, y en eso, ojo, fuimos todos.
Hago esta distinción con sumo cuidado, porque lo enfermizo hoy es el escándalo, escandalizarse y para eso no hay vacuna.
Dicho esto, me retomo en la idea de entonar un sereno pero sentido pésame por los derechos y libertades ofrendados al miedo por parte de los ciudadanos. Y una severa crítica a la inoperancia de las autoridades e instituciones.
Ninguno estuvimos a la altura. Ocurre que los administrados, de algún modo, nos hacemos responsables de nuestra dejación en la defensa de nuestros derechos. Sin embargo, nuestros representantes, que asumieron el encierro como medio de sanación, enfermando nuestro ser social y cercenando nuestro derecho a morir con dignidad, hoy, lejos de responsabilizarse por su falta de criterio y diligencia en el gobierno de tan delicada situación, se envalentonan y defienden su gestión, trufada de corrupciones y erráticas decisiones.
Se hizo lo que se pudo, todos lo hicimos, es cierto, y por ser así de torpe y precario, no es tolerable lo chulesco del alarde.