Ya no es cine de pancarta, sino de celebración. Las otras veredas de la sexualidad están viviendo una segunda primavera en cine, literatura, cómic o videojuegos. Y el cariz que toman estas creaciones indica además que la revolución sexual, después de la necesaria fase de pancartas, apuesta por unos relatos más íntimos que siguen señalando la estrechez de tragaderas de la sociedad en contextos mucho más concretos.
Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! no es un ejemplo más. Es el epítome kamikaze de esta tendencia. Su director, Guillaume Gallienne, narra su propia historia de descubrimiento de su identidad sexual y su compleja relación, entre el amor fervoroso y la dependencia yonki, con su madre. Lo hace con el humor como arma, atreviéndose a tachar un enema como la pérdida de su virginidad sin caer por ello jamás en lo grotesco, porque si algo es Guillaume, al menos su sosias en la gran pantalla, es delicado y fino.
Como sucedía en La vida de Adèle, el argumento lleva la reflexión nuclear de todas estas historias –las dificultades de la sociedad para aceptar toda la gama de grises en la identidad sexual– a terrenos mucho más interesantes que el ellos y nosotros. En un momento del film, Guillaume y su madre discuten sobre si una persona cuya familia cree gay al 100% puede ser hetero al 100%. Guillaume, cansado que no exasperado, le llega a decir a su madre (a la que interpreta él mismo en todos los momentos del filme menos uno): “No es una cuestión de porcentaje”.
Es en esta frase donde se concentra el desafío que ha de abordar esta sociedad digital crecientemente compleja y heterogénea. ¿Tienen ya sentido las etiquetas homo-hetero? ¿Son escudos o, aún peor, compartimentos estancos para que los unos y los otros puedan ejercer su libertad en sus respectivos nichos? El humor que regala Guillaume al público recuerda que lo diferente solo lo es por convención. Cualquier identidad exige de todos nosotros lo mismo: un infinito esfuerzo para construirla y el doble o más para serle fiel.