La lección de Portugal

Para bien o para mal las cifras cantan, y lo hacen en esta tristísima ocasión al comparar el mortal impacto del coronavirus en los diferentes países afectados. Un ejemplo bien ilustrativo: el de las modestísimas cifras de fallecidos (alrededor de seiscientos) de Portugal, frente a las escandalosas e inaceptables cifras (superamos ya las veinte mil víctimas mortales) de España. El hecho es aún más llamativo si pensamos en los numerosos y bien merecidos elogios que el personal de nuestra Sanidad viene recibiendo desde hace ya algunos años como “marca España” de excelencia médico – sanitaria. Por lo demás, son numerosos los médicos portugueses formados entre nosotros y los españoles que ejercen en Portugal.
    Sin perder el equilibrio que debe presidir todo juicio, a lo largo de la Historia siempre hemos mirado a estos nuestros vecinos desde arriba, con un evidente complejo de superioridad; como país “de segunda” especialmente relacionado con Galicia... y poco más. Unamuno ha sido uno de nuestros contados intelectuales que ha escrito sobre el pueblo portugués. El resto de nuestra relación con ellos: playas, turismo y para de contar. Y del cacareado “eje atlántico”, planes y acuerdos que casi nunca se concretan en nada plausible.
    Por cierto, el presidente del gobierno portugués António Costa ha dado la cara por España la pasada semana, ante las recientes acusaciones de descontrol y despilfarro económico de nuestro país, realizadas por Holanda...no sin buena parte de razón: gastar lo que ni se tiene ni se gana es un salvoconducto para el desastre.
    Tampoco ahora hablamos de los portugueses, de su modélica gestión y planificación de esta pandemia: un éxito de verdadero mérito a través de una reacción a tiempo, de una respuesta rápida y de un “todos a una” pensando en su país, en el que creen y al que respetan. Lástima que nuestra prensa, escasamente discrepante del coro oficial de voces gubernamentales, no haya destacado con mayor relevancia la “lección portuguesa” impartida por un gobierno de coalición que en nada se parece al nuestro.
    Varios han sido los pecados capitales de la variopinta troupe del tal Sánchez y su complementario, el camarada Pablo/a. Primero, su indiferencia, imprevisión e insensibilidad frente a lo que se acercaba... y se avisaba por algunos. Segundo, dejar en situación de absoluta indefensión técnica y laboral al personal sanitario, víctima de toda una masacre de contagios; es decir, la primera línea de contención de la crisis sin la imprescindible operatividad. Tercero, la vergonzante carencia de material sanitario que aún estamos adquiriendo – sin orden ni concierto – tarde y mal, con abultadas diferencias distributivas según comunidades. Cuarto, las discordancias en el seno del gobierno, la radical ocultación de los fallecidos (“fallecidas” al parecer no hay) y el triste espectáculo de un gobierno incapaz para siquiera encarar con mínima solvencia una situación de doloroso quebranto individual , familiar y social. Y qué decir de la mortandad desatada en las residencias de ancianos.
    La crisis, con su implacable virulencia, nos coge una vez más con el paso cambiado, inermes y despistados, incrédulos e ignorantes; una vez más, incapaces de unirnos ante el pavoroso desastre de una nación que muchos intentan hundir día tras día. Ni siquiera el Ejército, que está dándolo todo en trabajos de vigilancia y desinfección en calles y edificios, se libra de desplantes y desprecios en algunas autonomías (todos sabemos en cuáles). Vaya en estas líneas mi respeto y afecto para las familias que han sabido del fallecimiento (sobre todo de sus mayores), sin poder acompañarlos. Las enseñanzas de la edad impiden a uno ser optimista: hay que prepararse, sin duda, para un muy difícil futuro inmediato que asomará en breve con toda su crudeza. Hoy por hoy, a algunos que nos gobiernan les preocupa más la vestimenta del Rey, ¡Vivir para ver! .
 

La lección de Portugal

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