Fue la primera en valorar, allá en la pasantía de las Casas Baratas, lo que escribía. Tanto, que el título de una de aquellas redacciones, “A la Caza del Átomo Verde”, cruza más de medio siglo y me acaricia suavemente una nostalgia útil y necesaria a la hora de entender la persona, el personaje Dª Ludy, sumida hoy en el Gran Sueño y en la memoria de todos nosotros, los que fuimos alumnos de una enciclopédica lección, inolvidable.En otro momento muy difícil de mi vida, ella volvió a aparecer, casi como un milagro, para tenderme su mano salvadora. Gran parte de lo yo pueda ser, quede claro, a ella se lo debo y atañe a lo que considero más digno de mí mismo: mis escritos, todavía hoy, septuagenario, y mi trabajo, a su lado, como maestro de escuela y aprendiz de ser humano, durante un cuarto de siglo emocionante.
No creo equivocarme al afirmar que dos pasiones en llamas vertebraron/fecundaron la vida de esta mujer, que llevaba la luz hasta en su nombre: la Enseñanza y la gestión empresarial, a veces destinadas a entrar en conflicto, en un delicadísimo equilibrio de intereses. Por propia biografía, siempre la miré como maestra y, en esta hora, no voy a cambiar de perspectiva.
Dª Ludy, la ciudadana Lamas, fue bastante más que una maestra, una pedagoga nata, adelantada a su espacio y a su tiempo, recorriendo caminos, en los años oscuros, que la Sociedad tardaría décadas en incorporar a su inventario de valores “normales”.
Ella y la Libertad personal, yendo lejos: mujer separada, antes que nadie, cuando no se llevaba (y menos una profesional del magisterio), capaz de hacerse respetar por un entorno hostil a este tipo de situaciones, poco menos que “judeo-masónicas”.
Seguro estoy que a Galdós, a “Clarín” o a Blasco Ibáñez les habría encantado dedicarle una novela… Quién supiera escribir para intentarlo…
Una lección de Vida de la que ya no está, pero sí está, allá donde vayamos, con nosotros, siempre alumnos:
—No te engañes, José: hay historias de amor que duran hora y media pero aportan más hondura, más generosidad y más poesía, que romances de ciego que pueden malgastar la vida entera…
Y José se quita el sombrero que no usa, ante tales verdades del barquero.
Pero no sería justo minusvalorar otro rasgo fundamental de su carácter: una férrea fragilidad –casi infanti– que la hizo siempre buscar otras piezas seguras, para jugar con ella la partida, siempre a ganar, sobre el tablero. De esas figuras incondicionales, fieles hasta los tuétanos, y pacientes a prueba de todo tipo de avatares (fue todo Dª Ludy, menos una mujer fácil) quiero citar aquí dos epicentros, recurriendo al orden alfabético: Bugallo, Dª Mª José y Millor, Dª Pilar, la primera como directora del Colegio del que fue alma mater fundadora, y la segunda como consejera, de principio a fin, de sus asuntos, en una trinidad insoslayable. Mi admiración por ambas no conoce fisura, por su noble tarea.
Y a doña Ludy, gracias una vez más por su llamada. Un honor para mí, ser su discípulo. Ella me decía siempre: “Tenemos que escribir, José…”
Quizás se estaba refiriendo a esto, doña Ludy…