CHAPUCEROS Y OPORTUNISTAS

El más grande desatino institucional lo cometió ZP al promover la reforma de los estatutos de autonomía. Y el segundo lo están cometiendo sus discípulos y seguidores. Lo hacen para evitar la secesión, según dicen ellos. La idea parece más bien salida de una reunión vecinal que de una organización política, al menos de una organización seria.
Todo esto nos demuestra que el PSOE no se ha sacudido todavía del zapaterismo. Una filosofía que defendía el optimismo a ultranza, incluso a costa de manipular la realidad. Los compañeros de ZP siguen empeñados en llevar a cabo una  “perestroika” territorial, con ánimo de cambiar el modelo actual por otro todavía más descentralizado. Semejante órdago demuestra una cosa: que el partido ha perdido la brújula. Promover en estos momentos un Estado federal para España es como apostar por la disolución de la nación. Y no es que estemos en contra de la idea, sino que extrapolada a nuestra realidad presente podría significar el principio del fin de la nación española. No nos engañemos, la posibilidad de desintegración de España es real. No es una ficción. Y eso no hace falta que nos lo recuerden en la revista The Economist. Seamos realistas, en estos momentos ningún proyecto federalista serviría para aplacar las ansias secesionistas de los partidos independentistas; es más, les proporcionaría combustible para alcanzar esos objetivos.
Deberíamos echar una mirada a lo ocurrido en otros países, como en la antigua URSS. Gorbachov, meses después de la caída del comunismo, hizo lo indecible para salvar al país de la desintegración. Incluso llegó a proponer el cambio de nombre de la URSS por el de URS (Unión de Repúblicas Soviéticas); es decir, propuso suprimir el significado de la primera “S” (de socialista). Pero su idea no prosperó. Meses después el país, que lo componían 15 repúblicas federadas y 20 regiones autónomas, se desintegraría literalmente. Aunque para entender aquel proceso rupturista es necesario no olvidarse de un detalle: su antigua constitución. En ella había un artículo que mencionaba el derecho de las repúblicas a separarse de la Unión. Con lo cual, el famoso “derecho a decidir”  –como quieren ERC y CiU para Cataluña– estaba servido.  
Obviamente, si ese derecho se consagra algún día en nuestra Constitución se abriría la puerta a la secesión. Y tendría un efecto contagio inmediato, como cuando se abrieron los procesos autonómicos en España en la época de la transición. La idea era que gozaran de autonomía sólo los territorios históricos (Cataluña, País Vasco y Galicia) que en el pasado la habían tenido; sin embargo, después quisieron tener autonomía todas las regiones de España. Y de tres territorios autonómicos pasamos a tener diecisiete.
Los que producen las ideas en PSOE, algunas de ellas nefastas, siguen influenciados por el zapaterismo, puesto que están demostrando que son capaces de forzar la frágil unidad de la nación hasta límites peligrosos. La España federal, que ahora proponen con tanto ahínco las huestes de ZP, tendría que haberse construido en los años de la transición. Es un dislate platear este asunto ahora, es como ordenar el haraquiri de la nación.
Ningún grupo político debería buscar extraños atajos para volver al poder, sobre todo, sabiendo cómo funcionan las mecánicas mentales de las tribus ibéricas. No se puede hacer fontanería constitucional poniendo en peligro la unidad nacional. Como todos sabemos, este país está lleno de chapuceros baratos. Y lo peor es que siempre lo ha estado. Todos recordamos los famosos “bypass” legales que proponía ZP para puentear las decisiones del Tribunal Constitucional sobre algunos artículos del Estatuto catalán. Y lo hacía para contentar a ERC, PSC y CiU. Pero esas maneras de proceder, que son inherentes a casi todos los partidos, incluido el PP, nos están llevando a un desastre anunciado.
Si el futuro de la Unión Europea es preocupante, a nivel nacional lo tenemos mucho más crudo. Y vamos a ser realistas. El cariz que están tomando los hechos (políticos, territoriales, financieros, etc.) no auguran nada bueno.

 

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