Hace diez años, la Puerta del Sol y otras emblemáticas plazas españolas se llenaban de ‘indignados’ que querían hacer una especie de mayo del 68 en versión contemporánea. Aquel 15-M, de pancartas ingeniosas y asambleas callejeras, está ya casi olvidado, y quien trató de capitalizar esa protesta está fuera de los micrófonos de la política, dicen que para profesionalizarse en otros altavoces y pantallas. Este fin de semana de mayo de 2021, preludio inequívoco de otra nueva etapa, la campana de la Casa de Correos en la Puerta del Sol conoció la medianoche con la calle repleta de jóvenes con latas de cerveza en la mano, festejando el fin del estado de alarma y del toque de queda: ‘botellón y libertad’, gritaban algunos, no sé si para ser oídos por la principal inquilina del edificio que ahora alberga la presidencia de la Comunidad de Madrid. ¿Es esto, la era del jolgorio tantos meses reprimido, lo que ahora nos viene?
No hace falta ser un estudioso de la sociología para entender que la gente no tolera más restricciones, confinamientos, soledades y sufrimientos, por más que la pandemia aún no esté vencida por las vacunaciones masivas, pero todavía claramente insuficientes. Es como si los ciudadanos hubiesen perdido el miedo al virus y estuviesen esperando el pistoletazo de salida del fin del estado de alarma para salir despendolados hacia quizá ninguna parte. Pero los problemas, como el archicitado dinosaurio de Monterroso, seguían ahí al despertar del lunes. Y puede que los efectos de la pandemia sean acaso más duraderos que los ecos de aquella indignación de 2011 que hoy, si usted lo quiere ver así, se manifiesta en un ansia de juerga sin freno.
La fiesta pasará también y las portadas dominicales que se permitían un respiro entre tanta mala noticia para plasmar el regreso masivo y alborozado a las calles volverán a ocuparse, ay, de las subidas de impuestos y de los servicios básicos que se nos preparan, de los peajes que de golpe se nos anuncian y de esa pequeña política que, sesión de control parlamentario tras sesión de control parlamentario, campaña electoral tras campaña electoral, nos amarga el corazón con su carencia de la menor grandeza y de ideas.
Al menos, aquellas sentadas de mayo de 2011, como las del 68, sí tenían su parte de belleza, hasta que fueron canalizadas por un partido que, también en mayo, de 2014, sorprendió a todos consiguiendo cinco eurodiputados y recibiendo luego millones de votos. Y hoy la salida a la calle lo que reivindica es el botellón, lo que, qué quiere que le diga, me parece lógico, aunque también un poco triste.