El presidente del Gobierno está empeñado en que olvidemos que ha sido el peor gestor de la pandemia y de la crisis económica que tenemos encima y que desde el fracaso murciano y las elecciones en la Comunidad de Madrid no da una a derechas. Sólo le faltaba una crisis de carácter internacional y la tuvo también esta semana con Marruecos, un conflicto que no parece haber concluido. Pero Pedro Sánchez, en lugar de dar explicaciones, tomar medidas con celeridad y someterse a las preguntas de los medios de comunicación, ha seguido con su política de discursos institucionales y planes propagandísticos a futuro que se alejan y mucho del sufrimiento del presente.
Esta semana y en plena crisis con Marruecos, nos ha endiñado dos planes. Uno de empleo juvenil dotado con centenares de millones de euros y que generará nada menos que un millón de empleos en 3 años. Para acabar la semana, el visado Covid, verde y digital, que acelerará la entrada de turistas con seguridad. Y en medio, “España 2050” otro refrito de la factoría Redondo donde se nos muestra cómo quiere Sánchez que seamos dentro de 30 años. Una España, en mi opinión, para salir corriendo. Se castigará el consumo de carne, el uso del coche y el avión, nos comerán los impuestos de todos los colores para acabar con un 7% de paro, más de lo que ahora tienen la mayoría de los países de nuestro entorno y de la OCDE, reducir la pobreza a la mitad, un 10% la economía sumergida y dando una ayuda a los jóvenes para vivienda o montar un negocio. Además, de un listado de deseos poco ambicioso y de difícil predicción, realizar este ejercicio cuando hoy en 2021 miles de empresas y autónomos no saben cómo van a superar el año, ni qué será de ellos el que viene y si los trabajadores en ERTE van a recuperar su empleo o dónde y cuándo van a trabajar los que llevan meses en el paro es un ejercicio un tanto obsceno. Un dato: los 7.000 millones de ayudas directas aprobadas en marzo aún no han llegado a las empresas, ahogadas por los ICO y los retrasos en el pago de proveedores.
Sánchez nos habla mucho de diálogo, empatía y resiliencia, pero demuestra una total frialdad ante el sufrimiento de una economía devastada, un paro insoportable y unas vergonzosas “colas del hambre” a las que está atendiendo la sociedad civil.