En el año 1922, el arquitecto catalán Juan Roig cumplió con el deseo de Francisco Montenegro al proyectar y construir un palacete de estilo regionalista en la parroquia de Santa María de Castro, en Narón, que se conoció como la casona de la Pena de Embade. El inmueble contaba con todos los elementos necesarios para convertirse en un patrimonio destinado a ser preservado: torre mirador, terrazas porticadas, balcones y columnas clásicas, además de elementos de cerámica y una espectacular finca a su alrededor.
Setenta y siete años después, en 1999, el que se rebautizó como chalé de Cabezas presentaba un deterioro más que evidente. Estaba deshabitado y en estado de semiabandono —de hecho , habían entrado a robar en varias ocasiones—, encontrándose en manos de los nietos de Montenegro —la familia Díaz Pache Montenegro—, que se pusieron de acuerdo para vendérselo al grupo Almirante, dueños entonces del conocido hotel de Ferrol. El precio de venta, aunque nunca se precisó públicamente, se cifró entonces en 50 millones.
El 17 de noviembre se cumplirán 25 años de la primera noticia que Diario de Ferrol publicaba sobre el inmueble, titulada “El grupo Almirante contratará a expertos que rehabilitarán el chalé de Cabezas”. Indagaba el texto en las dificultades de remodelar el edificio, sobre todo la “recuperación de las cubiertas y los aleros, que forman parte de sus características y presentan bastantes irregularidades como consecuencia de las filtraciones de agua y de problemas de humedades”.
Apuntaban, además, que los compradores confirmaron que “la cerámica de Talavera que adorna estancias interiores y elementos decorativos exteriores, que están en bastante buen estado de conservación, se recuperarán en su totalidad contratando a ceramistas de esta localidad castellana”. De hecho, los famosos azulejos eran obra de Juan Ruiz de Luna Arroyo, alumno de Sorolla.
No fue hasta el 1 de diciembre cuando este periódico se hizo eco del nombre elegido para el nuevo establecimiento: “El chalé de Cabezas se transformará en el hotel de ‘superlujo’ Pazo Libunca”, decía el titular, anunciando que las “obras de acondicionamiento comenzarán de forma inmediata”. No obstante, todavía tendrían que esperar hasta el 5 de julio de 2000 para arrancar con los trabajos. Buscaba Juan Tapia, uno de los promotores, que fuese un lugar que diese “un servicio diferente a los que ahora hay en la comarca”.
Para ello, empezaron, literalmente, la casa por el tejado e intervinieron en la cubierta para acabar con las goteras. Fue este el primer paso de una obra que iba a costar, según el empresario, unos 100 millones de las antiguas pesetas. Incluía también la recuperación de los jardines y la rehabilitación de otras construcciones menores que había en la finca, sin descartar la “instalación de una carpa para que se puedan celebrar actos sociales al aire libre”, avanzaba Tapia. Finalmente, aunque habían calculado que las obras les llevarían un año, se demoraron unos meses y no fue hasta el otoño de 2001 cuando se abrieron las puertas del Pazo Libunca por primera vez. Ahora, 25 años después de su esbozo, continúa su éxito.