En lo alto del tótem de la base antártica española Gabriel de Castilla, ubicada en isla Decepción, resiste desde hace más de dos décadas un trocito de Ares. Un cartel metálico aguanta a más de 13.000 kilómetros de distancia el paso del tiempo y las condiciones meteorológicas extremas, gracias al ímpetu y deseo un vecino de la localidad. Se trata de Javier Cristobo, científico del Centro Oceanográfico de Gijón, que en su primera expedición al Polo Sur, en 2003, llevó consigo un pedazo de su tierra natal. Recientemente, en su nada más y nada menos que novena visita a la zona, ha podido comprobar que la huella aresana permanece en el fin del mundo.
La ocurrencia surgió de una conversación casual con Blanca, la quiosquera del municipio por aquel entonces. “Mi amiga fue la que primero me dio la idea. Me enseñó una foto del tótem y en ella salía, no sé por qué, el nombre de Chanteiro escrito con pintura”, comenta Cristobo.
Fue entonces cuando se puso en contacto con el regidor de Ares –en aquel momento, José Manuel Cendán–, que le proporcionó el panel informativo. “Le pedí con tiempo un cartel y la propuesta le gustó. Me hizo uno espectacular, precioso, en chapa marina con bajorrelieve; muy bien hecho”, remarca.
El investigador llevó personalmente en su equipaje el letrero “porque todas las cosas ya se habían llevado hasta el ‘Hespérides’, que partía de Cartagena”. Lo portó a mano, en su mochila, sin tener en cuenta las dimensiones ni el peso. “Tenía tanta ilusión por llevarlo, que no me importó”, relata con orgullo, lamentando que no tuvo la oportunidad de ser él el que lo colocase en el mástil. “No tuve la ocasión de llegar a tierra, de bajar a la base, por mal tiempo. Le pedí a un compañero, a un oficial que se llama Riu –que era el único que podía hacerlo por temas de logística– que me lo colocase. No podía marcharme de nuevo a mi pueblo con él... Cuando me mandó la fotografía, la compartí con mi amiga Blanca”, recuerda.
El cartel “estaba tan bien”, incide Cristobo, que permaneció en el tiempo. “Hoy en día la pintura está algo descolorida, pero aguanta las bajas temperaturas, las condiciones desfavorables del viento, de la nieve... Creo que es el que más tiempo lleva en la base española de Gabriel de Castilla”, apunta. “El único que queda, digamos coetáneo, es el del toro. Pero tengo fotografías con el letrero de Ares y todavía no está ese”, añade.
La prueba de que allí permanece se la debe el científico aresano a Amós, un colega que se encontraba actualmente en la base. “Como yo sabía que estaba allí le pedí que me mandase una fotografia. Fue entonces cuando se las envié al alcalde, Julio Iglesias”, explica.
Por su parte, el actual regidor aresano pone el foco en que este destacado vecino “no solamente colocó allí la señal, sino que periódicamente vigila que siga en su sitio”. El alcalde asegura que “es un valor que un aresano vaya a los diferentes confines del mundo y se preste de manera orgullosa para ser uno de nuestros embajadores más honrados”.
Esta última aventura de Javier Cristobo la ha vivido a bordo del buque de investigación “RV Falkor Too”, en donde ha participado, junto a otros 25 científicos de doce países, en “la mayor expedición global para descubrir especies marinas”, exponen desde el Instituto Español de Oceanografía (IEO).
A bordo de la embarcación, los expertos disponían de un ROV (Remoted Operated Vehicle), capaz de sumergirse hasta los 4.500 metros de profundidad. “La Antártida es un sitio fantástico para investigar. Primero, porque todavía está libre del impacto del ser humano y de la contaminación marina, aunque poco a poco también llega; y segundo, porque todavía quedan muchas especies nuevas por descubrir para la ciencia. En mi caso, estudio los invertebrados marinos, particularmente las esponjas, y allí es un lugar que es un paraíso”.
Durante la misión, Cristobo explica que “realizamos inmersiones de hasta 3.000 metros de profundidad. Descubrimos unas fumarolas, unas chimeneas hidrotermales, que todos estudiamos en la carrera pero nadie las había visto. Ver eso en directo es muy emocionante. Hubo gente que incluso lloró”, expone.
Para una mejor comprensión, el investigador aresano explica que se trata de una especie de géiser, “una salida de agua del centro de la tierra, a unos 140 ºC de temperatura. Alrededor de estas chimeneas se forman unos ecosistemas con animales que solamente viven en esa zona”.
El cartel que perdura en la Antártida no es el único que ha colocado por el mundo el investigador aresano. “En el Ártico también hay otro porque Pilar Ríos y yo hicimos una expedición en un proyecto europeo que se llamaba SponGES. Nos embarcamos en la localidad de Tromsø, en Noruega, y le pedimos a Julio Iglesias que nos hiciese otro. Y así fue, nos hizo un cartel fantástico también”.
Y como reza el refrán, no hay dos sin tres. Por la mente de Cristobo transita ya una tercera ubicación en la que dejar, próximamente, un trocito de Ares.
“Lo tengo pensado, sé dónde quiero que esté. Es un sitio muy interesante pero de momento me lo voy a reservar”, indica entre risas, añadiendo que “todavía no lo tengo preparado para hacerlo a corto plazo”.
Además de estos viajes de investigación, Cristobo desarrolla su labor en uno de los nueve centros de los que dispone el IEO, el de Gijón, en donde estudian animales del fondo marino, conocidos como bentónicos.
“Estudiamos también áreas marinas protegidas, ecosistemas vulnerables, el impacto del ser humano en ellos... Hay otros equipos, distintos al mío, que trabajan en plancton, en física del océano o en acuicultura. En total somos cincuenta personas en el centro oceanográfico, del que fui director doce años”, expone el aresano.
El investigador aresano ha tomando parte, durante 35 días, en la expedición del proyecto Ocean Census, a bordo del buque “RV Falkor Too”, del Schmidt Ocean Institute (EEUU), junto a otros 25 científicos de doce países.
El objetivo era identificar fauna de aguas de hasta 4.500 metros de profundidad en las islas Sándwich del Sur. Así, bajo la dirección de la doctora Michelle Taylor –de la Universidad de Essex, Reino Unido–, la misión pretendía cartografiar ecosistemas submarinos, documentar nuevas especies y analizar el impacto de los terremotos en la geomorfología de la región.
Para ello, la embarcación estuvo equipada con el ROV Subastian, un vehículo operado de manera remota, capaz de capturar muestras y obtener imágenes de alta resolución en montes submarinos, fuentes hidrotermales y la fosa profunda de las islas Sándwich.
“Trabajar en este proyecto supone un gran desafío en mi carrera. No solo por la tecnología de vanguardia a la que tuve acceso, sino por la oportunidad de integrarme en un equipo de investigación puntero a nivel mundial y contribuir al estudio de la fauna marina de gran profundidad en una de las regiones más remotas del planeta”, indicó Cristobo.
Esta es la novena campaña que realiza Javier Cristobo en la Antártida. La primera –en la que portó el cartel de la localidad– tuvo lugar en 2003, a bordo del buque de investigación oceanográfica “Hespérides” y bajo el nombre “Bentart”.
El objetivo era “descubrir especies nuevas, no descritas todavía en la zona de la península antártica y el mar de Bellingshausen. Sabíamos que era un sitio especial para la ciencia”, explica el experto. Tomaron parte estudiosos de diferentes universidades españolas, entre ellos, la investigadora Pilar Ríos, residente también en la localidad aresana y miembro asimismo del Instituto Español de Oceanografía.