Miedo y libertad, las banderas de las mariscadoras fenesas

En la ría de Ferrol ha habido cientos de familias que se han dedicado única y exclusivamente al mar, pasando el relevo de padres a hijos, pero muchos de los que están ahora faenando no creen que vaya a tener continuidad en la siguiente generación. Falta, según ellos, interés para que la actividad reflote
Miedo y libertad, las banderas de las mariscadoras fenesas
Toñita Rivera, en plena faena | CEDIDA

Hay familias que son apacibles, dialogantes y tranquilas. Los Arnoso no: ellos son ruidosos, festivos y convierten los domingos en banquetes familiares. Las mujeres llevan la voz cantante, son matriarcales, y han tenido mil oficios, entre ellos el mar.


Debajo de una parra que durante una vida ha sido el epicentro de la familia esperan sentadas con un café –una en vaso, otra en pocillo– mirando al que fue su campo y, a la vez, compañero de batalla durante tantos años.


Que medo teño pasado! Lembro un día no que non me atrevín a volver. Saín de Fene e fun cruzar a ponte (As Pías) e cando cheguei ao final encomendeime a todo o que coñecía”, recuerda Elsida Arnoso. Toñita Rivera, por su parte, asiente porque ella también vivió en sus propias carnes las tempestades del mar.

 

Mujeres


“Eu empecei por outra persoa, para que non fose sola. De feito, un dos meus irmáns xa me dixera de ir, pero eu tiña medo e, se non fora por ela, non creo que iría nunca no mar”, comenta Elsida. El caso de Toñita es el mismo, aunque con una sutil diferencia. La primera empezó directamente “a flote” mientras que la segunda comenzó en la playa. Como el dúo, muchas más. En el Fene de los años 90 se calcula que, aproximadamente, unas 400 familias vivían del mar. Los sueldos de un mes bueno, porque al igual que ahora eran oscilantes, podían llegar a igualar los de los trabajadores de Astano.


Ellas, que cada día toman el café al mediodía y, en la medida de lo posible arreglan su parte del mundo, han sido dos de las tantas mujeres que, en los 90, decidieron dedicarse a mariscar en la ría de Ferrol que, como ellas mismas recuerdan, “era la ría más rica de toda Galicia”.


Son las tías de Rocío Arnoso, una de las tantas que, siguiendo la torna familiar, se echaron al mar, aunque como ella misma asume fue por casualidad. Sobre el papel ella es informática pero, en el mundo real, una de las cosas de las que se arrepiente es de “no haber descubierto antes esta profesión”. Lleva once años siendo parte de la Cofradía de Barallobre, institución por la que han pasado todas.


Rocío no es la única de la estirpe Arnoso que decidió ejercer el oficio marinero y, cuando se juntan alrededor de una mesa, no dudan en enaltecer el valioso legado que les dio su familia. “La pasión por el mar es algo heredado, está claro. También porque  desde pequeños es lo que hemos visto en casa y nos han enseñado a quererlo y, por encima de todo, a respetarlo”.


En el caso de Toñita, con la que el tuteo está permitido, su marido la siguió y, aunque ella y su cuñada Elsi llevan más de diez años fuera del mar, siguen siendo una voz crítica, a sabiendas de que hay una deuda con el medio.


O mar foi, e segue a ser, o basureiro de moita xente”, critica Elsi y Rocío, por su parte, está de acuerdo. “No nos damos cuenta de lo mucho que necesitamos el mar, de lo importante que es en nuestro día a día. Nos paramos a pensar en él cuando pensamos en el tiempo de ocio pero no vamos más allá, dándole el respeto que se merece”.


El oficio del mar no es algo sencillo. El esfuerzo que supone el marisqueo a pie, por ejemplo, solo es conocido en esencia por aquellos que lo practican. 


“Las mujeres éramos las que llevábamos el mayor peso a la espalda dentro de este oficio. Había hombres, sí, pero el trabajo más duro nos lo quedábamos nosotras”. “Ao principio, a flote apenas había mulleres; é un traballo realmente duro. Agora teñen máis instrumentos, as varas son diferentes, máis grandes, pero tamén porque as augas cambiaron e, cada vez, van máis lonxe”, comenta la dupla de mariscadoras.


Constatan un hecho que está presente en otras generaciones, como la de Rocío. Ahora tienen que adentrarse mucho más en el mar, en el caso de ir “a flote ou a pé”.


Protestas


Las mas decanas recuerdan las grandes movilizaciones –una de la más recordada es cuando cerraron la ría, haciendo un cordón con sus embarcaciones desde el castillo de la Palma hasta el de San Felipe– que se hicieron dentro de su sector, aunque se resignan al pensar que no llegaron a conseguir lo que buscaban.


La permisividad que hubo para construir en la ría nos afectó mucho, porque damnificó directamente al crecimiento del marisco en la zona”, explican. Las más jóvenes, por su parte, están de acuerdo y hacen memoria, percatándose del cambio de especies que ha habido dentro de estas aguas. Al construir en los bordes de la ría o hacer fronteras no naturales, las corrientes cambian por completo y eso afecta al crecimiento del marisco local.


Además, hay que tener en cuenta otros factores. Todo los residuos que hay debajo del agua, como los restos del puente de As Pías que tiró el “Discoverer Enterprise” nunca recogidos y que “hicieron que se impusiese el mejillón sobre otras especies de la ría, que desaparecieron”, recuerdan las profesionales.
Ahora mismo esta es una profesión que tiene fecha de caducidad. Se están primando otros sectores y, al final, esto va a provocar esa desaparición”, dicen.


Saben que los factores naturales también son un eje central, pero tienen claro que, desde donde se legisla, hay una “inactividad deliberada” y no lo entienden. Más que nada porque el marisco es uno de los puntos fuertes de Galicia, una insignia que ellos, día tras día, intentan mantener y proteger. 

Miedo y libertad, las banderas de las mariscadoras fenesas

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