Esther viajaba en el mismo vagón de la bomba más letal de aquel 11 de marzo, la que estalló en la estación de El Pozo y dejó 65 muertos; sobrevivieron otra joven y ella, con un pronóstico, en su caso, que no superaba las 24 horas. Veinte años después sigue repitiéndose a diario "adelante, sigue así, mira a la vida de frente".
Considerada la herida más grave de los atentados tras la muerte en 2014 de la última víctima después de una década en coma, Esther Sáez se cita con a la Agencia EFE en una plaza del municipio madrileño de Alcalá de Henares y solo advierte de que hablemos alto.
Su oído derecho "está muerto, muertísimo", aunque añade sonriente que es el menor de sus problemas antes de comenzar a recordar aquella mañana del 11 de marzo de 2004 en la que no perdió la consciencia hasta llegar al hospital Gregorio Marañón.
Tenía 33 años, dos niños de uno y tres años y medio y, como todos los días, cogía el tren desde Alcalá de Henares hasta Recoletos para ir a un cercano laboratorio farmacéutico en el que trabajaba con diferentes ensayos clínicos internacionales.
Al igual que muchos viajeros, Esther solía entrar en el mismo vagón para hacer su recorrido. Ese día, cerca de las ocho menos veinte, cuando el convoy reanudaba su marcha tras parar en la estación de El Pozo del Tío Raimundo, vino el estallido.
"Recuerdo todo lleno de humo. Recuerdo el olor a quemado, un olor muy especial que no he vuelto a oler; recuerdo también un boquete a mi lado (...) recuerdo restos y muertos. Recuerdo un chaval de unos 18 años sentado a mi lado muerto y que yo no me podía mover", enumera pausada.
Ella iba sentada en el piso bajo, la segunda planta del vagón le cayó encima. Rememora que unos chicos entraron por el boquete y solo decían "este está muerto, este otro también", pero entonces me vieron a mí que estaba viva y me sacaron.
Uno de ellos se quedó a su lado sin soltarle la mano hasta que los sanitarios llegaron, les dijo su nombre y lo anotaron en un brazo. Esther fue de los primeros heridos que ingresó en el Gregorio Marañón, donde su cabeza "se desconectó".
Sus lesiones eran muy graves. "Iba en el mismo vagón de la bomba, me reventé por dentro", enfatiza antes de enumerar las heridas que padeció, por las que estuvo 19 días en la UCI, otros 40 en planta y por las que en estas dos décadas ha tenido que someterse a trece cirujías, la última hace apenas dos años.
"Tengo un 67% de minusvalía, es la última valoración y estoy contenta porque empecé con un 77%, con lo cual no está mal", vuelve a decir sonriente Esther, consciente de que su aspecto no refleja la gravedad de todas sus cicatrices externas e internas. "Estoy abonada a las cirujías y sigo con rehabilitación, así que yo no puedo pasar página físicamente. Es mi condición, pero ya está".
Y así pone punto final al relato de sus secuelas para exponer el de su lucha, primero por sobrevivir, y cada día, después de 20 años, por seguir adelante.
Asegura que uno de los momentos más angustiosos los sufrió su marido que no la encontró hasta las cinco de la tarde porque el apellido que habían anotado en su brazo en el tren estaba mal escrito. "Todos pensaron que me había deshecho, que no había nada de mí".
Después de más de dos semanas en la UCI, con días de coma inducido y tres paradas cardíacas, Esther comenzó su recuperación. "No me vine abajo en ningún momento, lo que recupere bien y lo que no, que no sea porque no lo he intentado", recuerda que se decía cada vez que no sabía decirle a los médicos ni los días de la semana.
Es en estos días cuando Esther hizo click al ver la foto de sus hijos y no poder acordarse de ellos. "Lloré mucho a solas y pensé ya está (...) Habrá que empezar a recordar". Luego, tras el primer alta, ya en septiembre, comenzó a tener "flashbacks", con momentos desordenados y que le producían mucha angustia.
Recibió ayuda y consiguió amueblar bien lo sucedido, pero no ha sido un camino fácil porque "asomarse al daño es algo muy duro". Se empezó a hacer preguntas como "por qué me han hecho esto a mí, por qué yo estoy viva y otros no" y ahí, asegura, volvió a sentirse mal por el ambiente y el clima "destructivo" que se generó.
"Yo he oído muchas veces 'como tú no te has muerto', 'claro, para ti es muy fácil'", lamenta Esther, que dice que afortunadamente esta fase también está superada. Solo ella sabe lo que lleva pasado desde que ha empezado a vivir y decidió cambiar el por qué yo estoy viva al estoy viva para qué.
"Nadie sabe mi lucha interior, que cada día tengo que decirme a mí misma adelante, sigue así, no dejes lugar al rencor, nunca dejes de mirar a la vida de frente, sigue perdonando, sigue creando y transmitiendo que la vida es hermosa", cuenta Esther, que desde hace un tiempo es miembro del patronato de la Fundación de Víctimas del Terrorismo y colabora con el Ministerio del Interior en la prevención de la radicalización de los jóvenes en las aulas.
Y a pocos días de que se cumplan dos décadas del mayor atentado de la historia en Europa, Esther asegura que no es un aniversario significativo y que, como en los anteriores, siente tristeza de que no haya un acto central unitario.
Un acto en el que se reivindique que no exista el terrorismo y que las víctimas estemos juntas porque "el dolor es único", pero con división se deja resquicio al odio y al enfrentamiento.