Un faro pequeño, poco señorial si se compara con otros grandes vigías de la costa gallega, muy próximo a la ciudad naval pero muy desconocido hasta para los vecinos más próximos. Estamos ante el faro de Cabo Prior. Las impresionantes vistas son punto de referencia para los visitantes, sin embargo el interior de este faro era, hasta ahora, un gran desconocido.
La semana del Patrimonio Invisible, que organiza el Concello, abrió las puertas de la instalación y permitió aprender algo más de una figura tan importante para la gente del mar.
Una farera se encarga de controlar el funcionamiento de esta linterna, como también de la de Cabo Prioriño. Sin embargo, las condiciones de los fareros han cambiado mucho y ya no es preciso vivir la romántica vida de los que habitaban los faros antiguamente, aislados de la ciudadanía y con escasa compañía. La técnica permite ahora controlar desde la propia Autoridad Portuaria todos y cada uno de los milimétricos movimientos que se producen en Cabo Prior y acudir cuando sea preciso.
El faro de Cabo Prior entró en funcionamiento el 1 de marzo de 1853, con una lámpara blanca, fija, que identificaba dónde estaba la costa, para evitar que los barcos batiesen contra las rocas. Los días de niebla, esa luz se acompañaba de una señal acústica que llegaba hasta siete millas de distancia. No fue hasta finales del siglo XIX o principios del XX cuando se decide un sistema de advertencia distinto. Se colocan entonces pantallas que giran y, de manera cíclica, tapan la luz para que los barcos que las ven de lejos sepan, por las oscuridades, de qué cabo se trata. Los destellos han sido el último paso para distinguir cuándo una embarcación se está aproximando a Cabo Prior y, así, dos destellos, un destello y una pausa de 26 segundos es la señal de identidad del faro de Cabo Prior. Una señal, situada a siete metros de altura, y que tiene un rango de 15 millas náuticas, unos 25 kilómetros.
También han cambiado los materiales de la lámpara y del cristal de roca original se ha pasado al metacrilato. En este caso, la original se conserva en el Museo de la Construcción Naval de Ferrol –Exponav–.
El edificio del faro de Cabo Prior cuenta en su parte baja, además de con el espacio en el que se encuentra toda la maquinaria –hasta dos generadores y una batería para evitar que cualquier corte de luz deje al faro sin señal– con dos viviendas, adecuadas en los años veinte del pasado siglo. Eran las de los fareros, ya que el sistema obligaba a que fuesen dos personas las que tuviesen que encargarse de su control y mantenimiento. Hoy, una de estas viviendas está adecuada y puede usarse como sala tanto de reuniones como de actividades. Dispone de baño y la división permite apreciar que eran viviendas acogedoras y bastante grandes, ya que podía vivir en ellas la familia, acompañando al farero. Las impresionantes vistas son la parte, sin duda, más llamativa.
Unas escaleras, realizadas en la fábrica de Sargadelos, llevan a la parte alta del faro, que cuenta con una ventana de acceso a un patio y con la linterna, lo que sería el corazón del faro.
Muchos de los fareros que pasaron por esta zona, igual que por las demás de la costa, eran, curiosamente, madrileños, ya que hasta que se dividieron las Autoridades Portuarias, la oposición de acceso se realizaba en Madrid y a lo largo de todo el año, lo que facilitaba que fuesen los residentes en la capital los que mayoritariamente concursasen.
Aunque desde 2016 todo el sistema está motorizado y desde la Autoridad Portuaria se puede trabajar sin tener que vivir en un faro, son 365 días al año –salvo las vacaciones pertinentes– los que un farero tiene que estar pendiente de que la luz que guía los barcos no se apague nunca por las noches. Por eso, más allá del horario laboral hay disponibilidad para acudir cuando se requiera su servicio. Los barcos dependen de ellos.