El terpeno es una fragancia presenta en ciertas coníferas que tiene “algo curativo”, pero también el protagonista de la última novela de Emilio Tresgallo, un escritor que proviene del mundo de la docencia –doctor en Pedagogía– y que, además, es investigador del acoso escolar.
Esta novela nace de la ayuda y la curiosidad. Una conocida del autor necesitaba una mano amiga en un momento de sobrecarga y ahí fue cuando Tresgallo inció su contacto con el mundo del bullying. Así nació “Terpeno”, una obra que indaga en la idea de perderse “para encontrar la tranquilidad” dentro del ritmo actual de la sociedad.
Él, que es de origen cántabro, hace un guiño a su tierra “tan parecida a esta, que ya es mi casa”, confiesa el docente. Los paisajes del norte, la naturaleza –fundamental en el proceso de encuentro entre el hombre y el entorno– y el mar cobran una especial importancia en una obra que entrelaza la amistad, las desavenencias y problemas con la justicia. Pero eso no es todo. Además del protagonista, uno de sus mejores amigos, Jásper, es víctima de acoso escolar.
Este libro “que huele a norte” trata un tema más que relevante y, además, de rigurosa actualidad. “Noche de perros”, el primer capítulo de esta obra, es, según su autor, “una disculpa” para poder tratar un tema “que está completamente vigente”.
Y es que esta problemática, la parte visible de la misma, es solo la punta del iceberg. Lo que se conoce como acoso escolar y, por ende, se limitaba a las cuatro paredes del centro, hace mucho tiempo que ya ha salido de los colegios, a pesar de que “uno de los principales focos de acoso se da en los propios patios”, comenta el especialista.
Él, que basó su tesis doctoral en este fenómeno, constató que “en Galicia uno de cada cuatro alumnos sufre esto en su día a día. Es una realidad”.
Pero aquello que antaño se vivía de lunes a viernes –en horario escolar–, hoy ya traspasa los límites de las escuelas. Las vacaciones o los fines de semana, los hogares familiares o las actividades extraescolares también son un foco debido a los avances tecnológicos.
“El desarrollo de la tecnología provoca que estos casos tengan continuidad durante las 24 horas del día”, explica. Así, desde la comodidad de un sofá o de camino a casa, en el bus, los agresores perpetúan sus conductas. Aquí también entra el papel de las familias, puesto que la responsabilidad que estas tienen sobre los aparatos electrónicos de los más pequeños “es fundamental” para poder identificar este estilo de situaciones.
Hay algo que, sin embargo, no ha cambiado tanto. Las víctimas siguen siendo, casi siempre, “aquellos que tienen rasgos –sobre todo físicos– diferenciados”, así, una “nariz respingona” o unas “orejas grandes” pueden ser motivo de burla. Así lo indican sus cifras, ya que de la muestra tomada para su tesis doctoral –cerca de 2.000 alumnos de la Comunidad Autónoma–, un 3% tenía gafas y un 6% no llevaba ropa de marca.
El autor matiza, eso sí, que “el acoso escolar le puede tocar a cualquiera”, asevera.
En un número bastante importante de casos, el no tener un núcleo estructurado afecta al desarrollo de la personalidad de los agresores. Así, cuestiones tan sencillas como “la mirada o las palabras” pueden transformarse en comportamientos aprendidos que, después, se desarrollen, pudiendo llegar al plano físico.
Pero esta cuestión no es “algo de niños”, sentencia el autor. Esa premisa es errónea ya que el bullying, aunque quizá con otros nombres, también se cuela en los espacios universitarios o en las empresas. “Se conocen muchos más los casos de acoso entre iguales”, comenta, pero aún así “también hay relaciones de poder –como la que existe entre un profesor y la clase– en las que hay esta dinámica”, expone.
Las familias y los profesores tienen un papel esencial en la mitificación del bullying, un problema que no afecta solo a los más pequeños y que se da en cientos de colegios
Si en una exposición un alumno tartamudea y sus compañeros se ríen de él “el docente tiene la obligación de parar. Esta es una situación que no se puede permitir porque puede tener consecuencias”, comenta.
Cuando se cambia este entorno por uno mejor y se trabaja mano a mano con la víctima para entender su proceso se pueden vislumbrar un sinfín de problemáticas derivadas de las situaciones vividas.
Hay quien, después de muchos años, no consigue realmente superar este pasado a pesar de contar con ayuda psicológica. Enfermedades como la depresión o la ansiedad están más que presentes en los que, un día, fueron presas en el patio de un colegio.
“El acoso escolar es un deterioro completo de la autoestima, es muy importante el proceso de reconstrucción. Asimismo, hay un trabajo pendiente con los agresores”, comenta, y este no se debería quedar en una mediación inefectiva.
Así, cuestiones como que la familia asiente ciertas normas o la capacitación de los profesores, suponen cuestiones esenciales para que se puedan frenar este tipo de situaciones, mucho más presentes de lo que deberían.
La realidad, en muchas ocasiones, supera la ficción y no siempre para bien. “Terpeno” es, así, la constatación de la rutina de más de uno y, quizá, una pieza más del engranaje social que permitirá cambiar una situación tan cercana, aunque parezca ajena.