En 1995, pocos años después de la caída del Muro de Berlín (1990) y apagándose algunos rescoldos de la Alemania dividida y de la Guerra Fría (1991), se publicaba una de esas novelas excepcionales, trascendentes, convertidas en clásicas de su tiempo: “El lector” era su título y Bernhard Schlink (n. en Bielefeld, 1944) su autor, un juez y profesor universitario alemán apenas llegado a la literatura narrativa por la vertiente policíaca (al fin y al cabo era juez) con las novelas del ciclo de Selb en una Alemania entregada a la autorreflexión, a la revisión, al enfrentamiento directo sobre los horrores de su pasado aterrador y convulso (1939-1945) de la Segunda Guerra Mundial con su estremecedor Holocausto y de la inmediata y prolongadísima Guerra Fría (1947-1991).
“El lector” se tradujo a 40 idiomas, se llevó al cine en 2008, y tras otros títulos de Schlink, se publicaba el más reciente, “La nieta” (Anagrama, 2023), en cuidada traducción al español de Daniel Najmías. Se trata de una nueva vuelta de tuerca al tema alemán situado en un pasado aún vigente de oposición este-oeste o República democrática-República federal, con su conflictiva dinámica de fronteras, refugiados, opuestos sistemas políticos y aun contrarios del capitalismo (USA) y del comunismo (URSS).
“La nieta” tiene, pues, clara ambición de totalidad y enfoque abarcador. Aquella definición aplicada a la novela como construcción textual de “mundo de ficción privado en tono privado” no se aplica aquí sino con importantes restricciones: las que confrontan a sus protagonistas (Kasper, Birgit, Leo, Svenja, Sigrun) y las que los enmarcan y constriñen en fundamentales aspectos del ser humano: existencia, pensamiento, relaciones humanas, idearios político-culturales-religiosos, etc. En suma: la vieja y residual Alemania antisemita, cerrada y opresiva, dictatorial y anacrónica y, frente a ella, otra en búsqueda de sí misma, culta y tolerante, enfrentada a los terroríficos fantasmas de su pasado reciente, proclive a una convivencia sin tensiones.
Estamos, entonces, ante una historia, primero hondamente humana, pero desde luego marcada por una trágica ruptura que divide a la comunidad y a sus ciudadanos que buscan, por contra, nuevas y más libres formas de vida; nuevas formas que superen vivencias individuales y comunitarias. Todo lo cual implica actitudes de búsqueda, dialécticas, de cercanía y de rupturas; señales y mensajes de cambio frente a monolitismos del poder. La nieta discurre por sucesivos estadios: individuo y sociedad, presente y pasado y tiene un asidero fundamental en la actitud de búsqueda, en el encuentro con la verdad subyacente bajo la realidad de los hechos y de sus circunstancias.
Acierta el escritor en el trazado espinoso y frágil de las relaciones abuelo-nieta reflejadas con una autenticidad fuera de fáciles convencionalismos emocionales o simplemente sentimentales. Por lo demás, las argumentaciones ancladas en el peso de las pautas de vida tradicionales no carecen de solidez. El resultado posee evidente verosimilitud, exento como está de convencionalismos, tópicos o falacias. El examen al que el escritor somete a los protagonistas, disímiles y víctimas de un vivir que los va derribando, doblegando, es ciertamente convincente ante el lector.
Las dos Alemanias confluyen en esta historia que solo finalmente tiene un violento repunte climático de signo trágico, lo que desde luego está precedido por la estremecedora figura de Birgit. No deja de ser significativo el hecho de que la música sea clave de la visión alemana del mundo que Kaspar abandera con decisión y convicción. “La nieta”, en fin, es novela que a ratos, pero hasta el final, nos acompaña, terca e insistente, hasta fijarse en la memoria, que es el mejor regalo que la literatura puede hacernos, pero no el único. Esta “nieta” es en verdad memorable.