De acuerdo con la RAE, un mamparo es un término marítimo utilizado para denominar a las planchas de hierro con las que se divide en compartimentos el interior de un buque. Es decir, de manera coloquial podríamos considerar que los mamparos son las paredes de un barco.
Curiosamente, muchos marinos han adoptado una variante de este término, que no existe en ningún diccionario, y que representa un mal a bordo que todo navegante ha padecido en alguna ocasión, la “mamparitis”.
Este fenómeno, más cercano a un estado de ánimo que a una enfermedad, se produce como resultado de tener que convivir en un espacio reducido y dividido por mamparos durante un intervalo de tiempo muy prolongado.
Entre las razones que ayudan al nacimiento de esta situación indeseable, que puede convertir en un ser irascible al más tranquilo de los humanos, se pueden encontrar algunas de las siguientes causas: convivencia con escasas personas y de múltiples nacionalidades, miedo a las enfermedades, exceso de trabajo, el contrato (a veces no se sabe con certeza cuando se va a desembarcar, ni dónde), las condiciones meteorológicas adversas, problemas familiares o averías que puedan empeorar la calidad de vida a bordo.
El periodo de embarque de los marinos se ha reducido respecto a lo que era antiguamente, pero todavía supone un intervalo de tiempo que generalmente suele superar los tres meses. Ante estos periodos tan largos, una vez superado el ecuador del embarque, puede aparecer el temido mal que nos vuelve seres irascibles ante situaciones en las cuales, en otro momento de la vida, o con anterioridad en esa misma navegación, hubiéramos actuado de manera diferente.
Entre los síntomas que delatan la aparición de la “mamparitis”, que obviamente dependerán de cada persona, se podrían destacar los siguientes: susceptibilidad, negatividad, ansiedad, actuaciones depresivas, agresividad o incluso estados de ira.
En general, aparecerán una serie de factores conflictivos que en otros momentos no se habrían manifestado de una manera tan virulenta. Evidentemente, la vida a bordo será muy diferente dependiendo del tipo de barco y de las condiciones en las que se navegue.
El tema de la soledad varía también mucho con las personas y con los distintos tipos de buques. Existen marinos que llevan muy mal el confinamiento y, lo que aún es peor, transmiten ese malestar a sus compañeros y compañeras.
Aunque navegar parezca que sirve para conocer mucho mundo, hay que tener en cuenta que se trata de una actividad que implica una serie de dificultades que se deben conocer antes de apostar por esta vida. El aislamiento, que se convertirá durante unos meses en una rutina, nos alejará de los problemas familiares cotidianos que se estén produciendo en tierra, y de alguna forma hará que estemos menos preocupados por esos problemas, ya que en realidad poco podremos hacer por solucionarlos desde el buque. Eso sí, a veces serán de tal impacto, que será muy difícil que no nos desmoralicen.
En el barco, la mayor parte de la tripulación conoce perfectamente sus tareas, ya que estas suelen estar desarrolladas en procedimientos. Esto ayuda a la planificación, y a la búsqueda de la rutina diaria. El que ese grupo de personas encuentre esa rutina, puede significar el éxito durante el tiempo de embarque. Hay cierto paralelismo entre el día a día en un buque, y el que vivió Bill Murray en 1993 cuando rodaba la película “Atrapado en el tiempo”, famosa porque el protagonista, meteorólogo de televisión, no conseguía escapar del “Día de la marmota” en el que había quedado atrapado, y que se repetía cada veinticuatro horas.
En los buques no existen ni domingos, ni festivos, pero se intenta simularlos. Obviamente el trabajo principal de los marinos a bordo es la realización de guardias y trabajos, y esas tareas hay que realizarlas obligatoriamente a diario, aunque siempre, dependiendo del tipo de buque, se tiende a intentar promover algo especial los domingos.
Una de esas propuestas es la de procurar relajar esos días el número de trabajos, independientes de las guardias, para que el personal pueda estar un poco más descansado, y pueda, así, disfrutar de un momento de ocio. Y otro gran intento se puede llevar a cabo sobre las comidas, lo más sagrado de la navegación. Un buen menú de domingo será el deleite de toda la tripulación.
A falta de psicólogos a bordo, no queda otra que luchar contra la “mamparitis” a base de sufrimiento. Aunque eso sí, siempre podremos acudir a los consejos más sabios, los de los marinos veteranos.
*Raúl Villa Caro es doctor ingeniero naval, oficial de la Armada, capitán de marina mercante y secretario de la Fundación Exponav