Cuando Rubén Ponte entró en el mundo del barro fue porque encontró en él un oasis dentro de una vida ajetreada. Así fue como empezó un viaje que le hizo dejar todo, volver a casa (Ferrol) y comenzar con su propio taller. 

La Barroteka tiene hoy un espacio propio en la ciudad, en el que confluyen todo tipo de edades, inquietudes y personalidades. Eso sí, Ponte tiene claro que los artistas más implicados son los más pequeños porque “no tienen miedo a nada”. Quizá esta sea la clave, que los más pequeños comparten con la materia, la capacidad de rehacer, crear y no poner límites es algo que cuesta mucho más en el público adulto.

Diversidad

Dentro de este mundo hay mil y una propuestas y los límites son inversamente proporcionales a la imaginación de cada uno.

Así, desde el negocio presentan varias opciones para que, tanto pequeños como grandes, disfruten de un momento de creación. Además de las clases –que, como en su propia página web se indica, pueden versar sobre cerámica, modelado o torneado– también están presentes los talleres, en los que cada participante puede crear la pieza que más le interese. Una vez más, desde la gerencia del establecimiento hacen un guiño a esos niños y niñas –que pueden ir solos o acompañados de un adulto– que “sorprenden cada día con sus grandes creaciones”.

Siendo consciente de lo compleja que puede llegar a ser la conciliación para algunas familias, Ponte busca crear un punto de encuentro, un tiempo de calidad diseñado para grupos que, bajo demanda específica también se puede llevar a todo tipo de celebraciones para aquellos que no tengan miedo a mancharse un poco las manos.