Aunque su humildad lo lleva a negarlo, lo cierto es que el ferrolano Manuel López tiene alma de artista. Porque si alguien, a sus 70 años, hace teatro, pinta y toca el violín, es que esconde –o expresa– una vena muy creativa. “Tengo inquietudes, es cierto, pero no me atrevería a decir creativo o artístico. Para mí, palabras como creatividad o artista son demasiado serias como para utilizarlas así, a la ligera”.
Con esa claridad se expresa López, que hasta el 30 de septiembre expone en el Centro Cultural Torrente Ballester una veintena de dibujos cuya temática gira alrededor de las Meninas, el evento que desde hace una década y media convierte al barrio de Canido en referente del arte urbano.
En esas primeras ediciones ya estampó su firma Manuel López. La primera, en 2008, le removió algo por dentro –es de ese barrio– y en la edición siguiente le planteó a Eduardo Hermida –el mismo que ha mediado para que sus obras cuelguen hoy en las paredes del Torrente Ballester– la posibilidad de participar. Y lo hizo, dejando su primera Menina “pública” en la casa donde nació. En 2010 introdujo un cambio: la música, que está presente en prácticamente todas las obras de la muestra, como lo ha estado en su propia vida. “Después lo fui dejando”, comenta, “pero siempre estuve en las Meninas, aunque fuese `de mirón´. Iba, veía y después en casa dibujaba, hacía bocetos, que son el origen de estas obras”.
Manuel López no deja de referirse a Sergio Vázquez, su maestro. Con él aprendió antes de que las Meninas fuesen más que una idea. “Me enseñó dibujo, me hizo ver qué es la pintura, las luces y las sombras, la perspectiva...”, apunta.
Y, desde luego, ha aprovechado el tiempo a su lado. La prueba es el camino hacia la abstracción, el progresivo abandono de la figuración más ortodoxa. “Diría”, comenta, “que es un estilo figurativo-geométrico, de líneas y curvas, con elementos de abstracción”.
Con ese marco, López señala que utiliza “indistintamente el color y el blanco y negro”, aunque no oculta que es con el lápiz como se siente más cómodo, una sensación que experimenta él con sus obras y que transmite a los demás cuando las observan.