Los que sean de Ferrol, o alrededores, tal vez conozcan el maravilloso placer de degustar, acompañada de una cerveza inusual (una Chimay, por ejemplo; o una Leffe roja, tal vez, mi favorita) la Hamburguesa Especial de La Abadía. Lleva queso, tomate, lechuga, bacon y un filete de lomo. Sabe exactamente como tiene que saber y hay algo de crujiente en su mollete que yo no he logrado, jamás, degustar en las muchas hamburguesas que me he comido por el ancho y largo mundo.
El caso es que si alguien me dijera, incluso el dueño del local, mira, le voy a quitar el filete de lomo, o le voy a cambiar el tipo de queso, o la voy a sazonar con otras especies, o, sacrilegio, voy a experimentar con otro pan a ver cómo sale la cosa, yo aullaría: “¡NO! ¡No la toquéis!” Porque hay cosas que son puras y perfectas tal y como son y cualquier ‘invento’ a posteriori de su evidente redondez solo puede afearlas.
El caso es, que Sonic 3 es como una hamburguesa de La Abadía. Es exactamente lo que uno se espera después de ver (preferentemente, en familia; es ‘ese’ tipo de película) la uno y la dos. Es lo que ya esperamos ver cuando llegue la cuatro y tal vez la cinco y la seis. Y eso está bien. Porque miren, en esto del criticar se suele confundir la necesidad de buscar lo relevante, con buscar lo nuevo, o siendo más finos, lo original. Y... no. No hay una regla de oro que nos diga que todo mejora por romper lo que esperamos de ello.
Imagínense, por ejemplo, que El Padrino. Parte II fuera una comedia musical de vodevil.
Es un giro bien original a El Padrino. Parte I. Nadie se lo ve venir. Pero es, hablando en plata, una idea de mierda. Digna de ganarse pelotón de fusilamiento precedido por un par de inquisiciones. Al pan, pan, y al vino, vino. Un dicho muy marcelino que nos va como anillo al dedo para estas navideñas fechas.
Sonic se ha ganado un espacio, precisamente, navideño. Lo ha hecho con una fórmula muy parecida a la franquicia Transformers que Michael Bay y Spielberg convirtieron en multimillonaria. Es una estrategia, por cierto, divergente de su gran rival (el fontanero barrigudo Mario Bros) y consiste en mezclar un mucho de nuestro mundo y un bastante (pero no un mucho) de la fantasía que se tercie.
Sonic se ha ganado un espacio, precisamente, navideño,con una fórmula parecida a la franquicia `Transformers´
Esto funciona porque si uno piensa como saga, a la larga distancia, se puede agarrar a un elenco de rostros conocidos en los villanos y héroes con los que la empatía funciona por defecto. Porque son rostros humanos; los de Sonic, Shadow y compañía, no. Así que el aterrizaje en una fantasía, en universo tan estridente y loco como el de Sonic, el de Transformers o el de las Tortugas Ninja se suaviza si hay mucho de nuestro mundo para arropar al bastante del otro lado. Con tal de elegir bien a los actores principales (y en Sonic están elegidos excelentemente; con Jim Carrey, esta vez por partida doble, a la cabeza) uno tiene la mitad de la batalla ganada.
La otra mitad de la batalla es la parte difícil del asunto, porque por mucho que sepamos hacer la hamburguesa nada nos asegura que el público, por esas inercias raras, caprichosas y (no lo olvidemos jamás) soberanas que tiene, no nos diga que está más sosa de lo normal porque, simplemente, se ha aburrido de ella. Si de cine de secuelas hablamos, la clave está en el conflicto, y por lo tanto en lo interesantes que sean los villanos. Y hay que reconocer que Sombra, el villano que nos presenta esta tercera entrega con la voz, en el doblaje original, del maravilloso Keanu Reeves, funciona estupendamente. Su conflicto es sencillo, pero de los que no fallan: era un hombre elefante, un Eduardo Manostijeras, un monstruo, en fin, asustado de su monstruosidad que aprende a aceptarse gracias a una niña, la Alicia de siempre, a la que habrá que sacrificar para detonar su villanía.
Y funciona, creánme, funciona estupendamente bien.
No voy a ser yo quien defienda al Hollywood de las interminables secuelas (ya saben que le tengo bastante tirria). Pero tengo mucho respeto por el que sabe cocinar una buena hamburguesa sin salirse del guion y, a la vez, obrando el milagro de no aburrir al personal. De momento, la troupe de Sonic lo cosigue. Iremos a la cuarta.